jueves, 19 de agosto de 2010

La jeringa IV

En ese momento recuerdo que me asusté demasiado. Ni bien el hombre sacó la aguja ensangrentada de su garganta, los que estaban sentados más cerca de la puerta salieron despavoridos del bus. Yo no tuve opción, estaba sentado al último y además no sé por qué quise demostrar que no soy un miedoso. En cambio aquellos, los que salieron como los más cobardes de Lima, ahora no tienen de qué preocuparse. No pude hacerme el dormido tampoco porque en varios momentos la mirada del sujeto se cruzó con la mía. “Una colaboración señora... gracias”, todos le estaban dando monedas. Una chica con lágrimas en los ojos y con la mano temblorosa le dio un billete. “Gracias amiga, tú sí que me comprendes. Miren señores así deberían ser todos los peruanos de comprensibles”, la chica entró en un llanto incontrolable y el sujeto cada vez se acercaba a mí enseñando la jeringa ensangrentada. Una señora temeraria le empezó a decir que debería darle vergüenza, que es un asesino y le increpaba con el puño cerrado. Pero el hombre ni se inmutó y por el contrario levanto más la jeringa para que la viera, entonces la señora, golpeada en su orgullo, se calló y bajó la cabeza para buscar unas monedas en su bolso. “Gracias señora, usted sí que entiende a los necesitados”

Nadie más se atrevió a enfrentarlo. Al chofer y al cobrador también se les notaba algo lívidos. El hombre llegó hasta el sujeto que estaba un asiento delante del mío. “Gracias señor, Dios lo bendiga” En ese momento mi cuerpo empezó a temblar pero seguía firme en mi idea de no darle un solo centavo a ese sujeto. “Total –pensé- de repente no tiene sida y solo lo hace para asustar a la gente”. Pero sin duda que era un riesgo. Antes de que llegue a mi lado giré mi cabeza hacia la ventana y miré a la calle. “Joven, por favor una colaboración”, no me inmuté y seguí mirando hacia la calle. La gente de afuera miraba al bus con indiferencia sin percatarse de lo que sucedía. “Joven, joven… joven por favor una colaboración”, yo seguía sin hacerle caso. Pensé que mi obstinación era muy arriesgada pero no quería dar marcha atrás. “Hombre ya te han colaborado varios, bájate”. El hombre de la jeringa volteó y el cobrador se quedó callado. “Joven por favor una colaboración pa bajarme de una vez”. Sentí miedo pero no le hice caso, no lo miraba directamente, pero sí de reojo. “Joven no sea tonto –escuché decir a una señora- déle una propina, no ve que ese hombre es peligroso, está armado, no lo ve” Pude ver que su brazo, en donde sostenía la jeringa, comenzaba a levantarse y fue ahí que sentí más temor pero seguí terco y firme en mi decisión. Ahora pensándolo bien no sé por qué hice eso. Gasté buena cantidad de dinero esa noche y sin embargo arriesgué mi vida por no querer darle una moneda a ese sujeto. Pero no quise dar mi brazo a torcer por culpa de un miserable, no quería verme humillado por culpa de un infeliz limosnero. “Joven entienda la situación por favor, no quiero problemas”. De reojo noté que ya la aguja estaba en el aire, entonces no resistí más, pero fue tarde. “Joven no va a ser mi culpa”. Cuando decidí mirarlo y darle una moneda, sólo pude ver su rostro furioso y la jeringa clavada en mi hombro. Escuché el grito de una mujer. El hombre ni bien clavó la aguja en mi cuerpo corrió y se marchó del bus. Yo me quedé absorto, sin reacción. Todos los pasajeros fueron a socorrerme. El cobrador llegó y con algo de asco me sacó la jeringa. En ese momento empecé a temblar, controlé mis lágrimas pero no mi temor y desesperación. Escuché por ahí a una señora diciendo “qué desgraciado ese sujeto. Pero joven por qué se arriesgó”. Por ahí se escuchó un grito de “vamos al hospital de inmediato”.

Recuerdo que en un descuido de todos salí corriendo del bus y empecé a correr por toda la avenida Wilson y parte de la avenida Arequipa. Me pregunté a cuántos más les había pinchado con la jeringa. Corrí y no pude evitar que las lágrimas se me salieran. No me importó que la gente me viera, seguí corriendo. Cuando me cansé tomé un taxi y me dirigí a mi casa. “Qué pasa joven, por qué está llorando”, “nada, por favor sólo conduzca y no me hable”. Lloré todo el camino. Al llegar a casa felizmente papá no estaba y mamá salió a mi encuentro. Me vio con los ojos hinchados y rojos, y su curiosidad empezó a desesperarla. Pensé en decirle la verdad pero me contuve, hasta ahora no se lo he dicho. Le dije que mi enamorada me había dejado y que por favor no le contara a mi papá. Ella, tierna como siempre, me abrazó y me dijo que esas cosas pasan, que ella había dejado así algunas veces a mi papá y que él la buscaba con lágrimas en los ojos. Mi padre no se enteró que había llegado con los ojos llorosos.

Hace un mes que no voy al centro. Los chicos me escriben mensajes, pero yo prefiero no contestar. Mi padre me pregunta por qué ya no salgo. Mi madre me pregunta por qué sigo llorando. El hombre que estaba a mi costado sale del consultorio, en su rostro se nota la preocupación además sus ojos brillosos lo delatan: está condenado. Del sujeto que me hincó con la jeringa no supe más, sólo me enteré de una persona que fue atacada por un hombre, en un bus, con una jeringa. Vi el titular en un periódico hace una semana: “Loco jeringa infecta Natacha en combi”. Cuando lo vi me quedé paralizado, pero no compré el periódico. No quise saber si de verdad la infectó o no. Me dio temor que la mujer se haya hecho los análisis y le haya salido que es portadora del virus.


La enfermera sale, dice mi nombre. Voy hacia ella, le digo que no quiero hablar con el doctor y que sólo me dé los resultados. Me avergüenza hablar de esto con alguien. Ella vuelve a entrar. “Y ahora qué hago -pienso- y si las pruebas salen positivas”. Recuerdo el ofrecimiento del Argentino de recorrer toda América. Sí, me iré y desapareceré con mi enfermedad. Pero todavía no sé los resultados. Antes de irme le diré al Argentino que busquemos al sujeto y lo matemos. Pero todavía no sé los resultados. La enfermera vuelve a salir. “Dice el doctor que si no sabes leer el resultado lo llames, toma. Gracias por venir. Siguiente, el señor…” Me ha dado un sobre. Lo tengo en mi mano. Estoy temblando. No quiero verlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario