miércoles, 21 de julio de 2010

pinturas de manicomio II

Luego, en un acto de heroísmo beligerante, luchó contra su locura y pudo al fin suministrarse la medicina y dejó de ver a sus fantasmas, dejó de sentir que las hormigas se amotinaban en su cuerpo y trataban de llevarlo al hormiguero y las voces que le hablaban y le susurraban cosas dejaron de perturbarlo. Salió con el dinero que aún sobraba y fue al mercado a comprar el pescado inmenso que ahora pintaba y no descansaba hasta lograr el punto que buscaba en sus pinturas, el elogio irracional hacia el horror. El pescado ya llevaba colgado más de dos semanas pero aun faltaba unos últimos retoques a una pintura que lo había hecho sufrir quizá porque su talento se vio mermado o idiotizado por la hediondez del lugar, o quizá porque con cada día la carne del cadáver iba metamorfoseándose. Pero estaba decidido, la revolución no solo de la pintura sino del arte, así pensaba cuando entraba en una especie de trance, tenía que lograrlo él o al menos enseñar el camino, ser el primer peldaño hacia el nuevo vanguardismo, porque esto tengo que hacerlo yo y no pararé hasta lograrlo, porque yo soy el último de los pintores malditos.

Desde que dio inicio a la serie de criaturas muertas había bajado quince quilos, había fumado más de sesenta cajetillas de cigarros, había fumado similar cantidad de marihuana, había estudiado las obras de Goya, Rembrandt, Chardin, Courbet, Soutine y a cualquier otro que haya pintado el horror y la sangre o miraba los caballos de Velásquez, caballos vivos e imperfectos porque en realidad eran caballos muertos, había dormido dos o máximo tres horas por día y el resto del tiempo lo dedicaba a pintar, fumar, estudiar y a pensar en la próxima criatura y las formas cómo debería ser muerta y expuesta ante sus ojos para empezar con la obra. Pensaba, por ejemplo, en conseguir un mono, quitarle la piel del cuerpo, mas no de la cabeza, y que pareciera mas un humano con cabeza de mono, y también en intentar atrapar de una buena vez a la paloma y atravesarle un fierro largo que le quepa en la boca para que entre por ahí y le salga por el ano, pensaba también en las tortugas pero las pensaba vivas porque no sabía como era la mejor forma de matar a una tortuga para pintarla, el caparazón le parecía un estorbo. A pesar de toda esa búsqueda, sabía y sentía que a su proyecto aun le faltaba algo, algo que vaya mas allá de matar animales, algo que realmente revolucionara todo, quería superar a ese tal Edwin Johns que luego de hacer una pintura se cortó la mano derecha, él era diestro, la embalsamó y la pego al lienzo para exponerla como su obra cumbre. La crítica lo tildó de loco y lo condenaron a pasar el resto de sus días en un manicomio. Nunca mas volvió a hacer una buena pintura, su mano izquierda le era muy torpe e intento crear un nuevo estilo pintando con los pies, algo que la critica considero como simples manchas sin sentido. En realidad nadie había oído hablar de ese tal Edwin Johns, que despertaba la profunda envidia del pintor que creía le había robado la idea a pesar de que un pintor del siglo pasado y lo antecedía en el tiempo, y solo existía en la mente del artista quizá porque lo vio en un sueño, quizá porque lo leyó en un libro, quizá porque empieza a ver y a crear otro mundo con hombres imaginarios, libros escritos por esos hombres imaginarios y pinturas pintadas por los mismos hombres imaginarios. Lo que no recuerda es que oyó de ese tal Edwin Johns el día que alguien le habló del libro 2666 de Roberto Bolaño donde efectivamente existe ese imitador vulgar de Van Gohg, pero como un personaje creado por el escritor que nada tiene que ver con la realidad. Sin embargo el pintor había olvidado esto o había confundido esto y pensaba constantemente en Edwin Johns, en la mano derecha de Edwin Johns, en la pintura con la mano momificada de Edwin Johns (Una pintura que en realidad nunca había visto porque no existe), en los pies llenos de pintura de Edwin Johns y todo lo veía y lo sentía tan real que su Edwin Johns terminó saltando de las paginas del libro 2666 para convertirse en una persona de carne y hueso.

martes, 20 de julio de 2010

Pinturas de manicomio

Apenas había dormido tres horas y ni bien salió de la cama continuó, como una máquina programada para ello, con su trabajo. Llevaba meses sin bañarse y semanas sin salir de su departamento. Quería terminar la serie de criaturas muertas que revolucionaría el arte, esto lo dice o lo piensa él. La habitación empezaba a apestar pero eso no lo incomodaba, su nariz ya estaba familiarizada con la pestilencia que emanaba de su modelo: un pescado muerto colgado de un clavo en la pared. Ya había logrado pintar a seis cadáveres entre los que destacaba un cachorro siberiano que había comprado en el centro y que ni bien llegó a su pieza ató del cuello con una soga y lo colgó del candil de la sala como a un suicida. El resto de los sacrificados fueron: una rata que, a pesar de la astucia que le otorgan todos a estos roedores, había caído tontamente en la trampa con un pedazo de carne y su ingenuidad provocó que le hicieran un corte profundo con un bisturí desde el cuello hasta los genitales y fue huésped del pintor durante una semana, semana en la que sus órganos colgaban y se desparramaban por la apertura de todo su vientre y que las demás ratas veían y olían pero desde la ventana cerrada y con ganas de querer devorar lo que quedaba de su amiga; una pierna inmensa de res que el pintor prefirió que permaneciera colgada unos días, dos o tres semanas, hasta que le empezaran a salir los gusanos para detallar el deterioro de la carne o la belleza de la putrefacción y abría las ventanas no porque el olor lo requería sino para que el cuarto se llene de moscas y estas dejen sus larvas aligerando de esta manera el proceso; un gato vagabundo que luego de dar lucha, como si fuera verdad la mención de sus nueve vidas, y enterrar sus garras en su opresor fue crucificado y atravesado con seis cuchillos, uno de ellos se hundió en su frente y le atravesó toda la cabeza y se clavó en la madera de la cruz; intentó también atrapar una paloma, pero a diferencia de las ratas, estas tenían alas y sospechaban de cualquier cosa, pero en el intento se topo con una mariposa, la mató hundiéndole un alfiler en la cabeza y empezó a trabajar, pero los resultados le molestaron, rompió el lienzo, se echó a llorar, su esquizofrenia rompió las barreras puestas por la medicina y gritó porque las mariposas eran tan bellas que pintadas muertas o vivas siempre tenían ese toque de candor y beldad que el pintor no toleraba.