domingo, 5 de septiembre de 2010

Luna, la perra I

A mis perros

A mí me dicen Luna, y cada vez que escucho “hey Luna, véngase para acá chiquita” yo voy corriendo y meneo la cola para recibir caricias en la cabeza. No siempre es lo mismo, a veces me da por ir a orinar o defecar por el comedor, en la alfombra, en la sala y hasta una vez en el sofá de la sala y entonces ya no me dicen “hey luna, véngase para acá chiquita” sino “hey perra mala, venga inmediatamente” y ya no recibo caricias sino coscorrones y un puntapié en el dorso que me deja sin aire y me hace agachar la cabeza y hasta a veces me hace ponerme de espaldas con la panza al aire y mis pezones señalando, como dedos, hacia el techo y ahí recién el duro de Juan evita meterme otro puntapié y me soba la panza y susurra “Ya perra mala, déjese de estar humillando” y se va. Sería fácil no cagarse ni mearse ahí para ya no tener que soportar las Adidas entre mi dorso pero el olor es tan contagioso, tan diciéndome aquí es. Yo huelo y huelo cuando me dan ganas de soltar mi agüita o mi masita, huelo y busco y a veces los olores son traicioneros y se me va todo en el comedor o en la alfombra o en la sala y ya después de que respiro aliviada me doy cuenta de donde estoy y bueno a esperar que venga el duro de Juan para que me resondre y me empiece a soltar coscorrones en la cabeza.

Yo no siempre me llamé Luna, ni ellos siempre fueron mis dueños, ni siempre viví en esta casa; antes vivía con otra gente y ya no recuerdo cómo me llamaban, quizá Blacky, quizá Julia, a mí me hubiera gustado llamarme Princesa porque a las princesas las dejan cagarse y mearse en el comedor o en la alfombra o en la sala. Pero me pusieron Luna y aunque no me guste tengo que hacer caso cada vez que alguien lo pronuncia. Mi nombre no tiene historia y eso me molesta. Llegué una noche a esta casa, eso lo recuerdo bien, había escapado de mi antigua familia porque me tenían encerrada y yo quería era correr a los carros en las pistas pero a ellos no les gustaba sacarme así que un día lo planeé todo. Esperé que alguien abriera la puerta y me prometí correr, correr sin parar, sin hacer caso a los carros que me provocaban correrlos, correr y doblar muchas esquinas y así lo hice, alguien abrió la puerta y yo que me lanzo a toda prisa a salir y aunque me tiraron la puerta en el lomo ya yo estaba casi afuera y empecé a correr. Luego descansé y empecé a correr a los carros, uno a uno, todo el día sin atrapar a ninguno. Ni bien los veía los medía y me abalanzaba, “ya te atrapo, ya te atrapo”, me hacían gritarles pero eran más veloces que yo. Así pasé muchos días hasta que me dio hambre. Abrí los poros de mi olfato y me dejé guiar, caminé haciéndole caso a mi olfato y llegué a un basural enorme, olía muy rico y hasta casi lloré porque ya mi pancita empezaba a dolerme de hambre. Corrí alegre por un buen rato entre la basura y hasta intentaba atrapar a las palomas, me revolqué entre carne llena de gusanos, la mejor carne que he probado, entre estiércol, así fui deshaciéndome de mi antiguo olor. Pero esa felicidad no fue eterna, incluso fue efímera. Llegó un tal Rocky rodeado por unos diez perros y me desterró de ese edén perruno pues porque era su territorio y si me quería quedar tenía que pagar peaje, yo no sabía qué me quería decir y me empezaron a oler y le dijeron al tal Rocky que aún no podía brindarles mis servicios y así fui obligada a irme porque en ese momento me empezaron a mostrar los dientes y a mí me dio miedo. Un día me dolía fuerte ahí abajo, por donde me sale mi agüita, y me empecé a sentir rara, ahí mismito me empezó a perseguir un perro. Qué quieres le dije y él me dijo mamita ya te toca, le mostré los dientes pero él se reía y no dejaba de perseguirme. El hambre de nuevo me hacía doler mi pancita, habían pasado varios días desde que estuve en el edén y ya no podía más. Para agravar las cosas otro perro me empezó a seguir y yo les gritaba a los dos que me dejaran en paz pero ellos se reían y me perseguían. Cuando me cansaba me sentaba a jadear un ratito y ahí uno de ellos aprovechaba y ya lo sentía encima mordiéndome la nuca. Soy chata pero fuerte y los corría a mordiscones. Ellos se reían. Después llegó un tercero y ya para la noche habían siete que me perseguían. El más grande era el que estaba más cerca y los corría a los otros y me decía mamita ya te toca y aunque era guapo yo no quería hacerle caso. Un día lo vi al duro de Juan paseando a un perro simpático aunque chiquito. El también quiso unirse a mi grupo pero el duro de Juan no lo dejaba y lo sostenía con la correa. Yo ya estaba flaca y cada vez me dolía más ahí abajito y la pancita. Los perros no dejaban de hostigarme y hasta los escuchaba en coro decir mamita ya te toca. Empecé a seguir al duro de Juan y él se daba cuenta sin decirme nada. Cuando vi que entró a la casa me dijo pase perra, no sea miedosa y sin pensarlo me metí a su sala y dejé a los perros ahí afuera en la oscuridad de la noche. Les enseñé los dientes desde adentro y ellos se reían. El duro de Juan me sacó leche y atún y quise decirle que no era gata pero ni modo, tenía hambre y lo devoré todo y hasta pedí más. Luego el duro de Juan hablaba con una señora y ésta le gritaba y le decía que por favor se deshiciera de esa cosa y me señalaba pero el duro de Juan le decía que no, que esa cosa se queda y también me señalaba.

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