martes, 7 de septiembre de 2010

Luna, la perra II

Al bueno de Francisco lo conocí más tarde y él se encargó de asearme y de darme más comida. El me trataba bien y solo me acariciaba y me decía que bonita la perra y cómo se llamará y pobrecita debe estar extrañando su casa. El duro de Juan le dijo que me iba a llamar Luna y el bueno de Francisco levantó los hombros y me empezaron a llamar Luna. Al principio no les hacía caso porque no me gustaba el nombre, no tenía historia, solo salió porque era el más corto y el más fácil de pronunciar. Quizá también me hubiera gustado llamarme Perséfone, porque ahí la historia hubiera sido que me rescataron del infierno, pero Luna me dijeron y con Luna me quedé. Al perro simpático pero chiquito le decían rabito y su nombre sí tenía historia. Una vez lo escuché al duro de Juan contársela a una chica mientras le metía toda la lengua dentro de su boca y le pasaba la mano por todo su cuerpo. Ella le decía que por qué se llamaba Rabito y lo llamaba y lo acariciaba y Rabito se daba el de muy importante y Rabito véngase para acá perro bonito y él iba meneando la cola pero medio asustado y se sentaba en el regazo de ella y a mí me decía váyase perra pero yo me quedé ahí para ver qué pasaba y el duro de Juan ahí no era tan duro y le decía mi amor se llama rabito porque su papá, que en paz descanse, tenía la cola como la de un cerdo y cuando nació Rabito pensaron que también tendría igualita la cola pero que con el tiempo su cola no se enroscó pero el nombre ya estaba puesto. Entonces Rabito sí tiene historia pero mi nombre no y eso me molesta pero qué le vamos a hacer, hay que acercarse cada vez que alguien lo pronuncia. Seguí mirando qué pasaba y el duro de Juan, que ahí ya no era tan duro, le metía la lengua a la chica dentro de su boca y le quitaba todo lo que llevaba encima y cuando ya los dos estaban del mismo color, aunque esto no lo sé bien porque no distingo los colores, agarraron a Rabito y lo sacaron del cuarto y a mí me gritaron váyase perra boyera y me empujaban con el pie y cerraban la puerta. De ahí se escuchaban gritos y hasta golpes pero nunca vi lo que pasó.

Ellos tampoco me dejaban libre por las calles pero al menos me ponían una correa y me sacaban para que yo suelte mi agüita o mi masita pero afuera a mí no me daban ganas. Era mejor salir con la correa y llevarlos por donde yo quería que vivir encerrada como con mi antigua familia. Lástima que desde entonces ya no podía correr a los carros y solo los miraba y me hacían gritarles “Ya te atrapo, ya te atrapo”, pero el duro de Juan o el bueno de Francisco no me soltaban y gritaba “ya te atrapo, ya te atrapo” con la saliva que se me salía por la boca. La vida me empezó a resultar mejor que la anterior aunque la señora a veces me agarraba a coscorrones cuando no había nadie y yo bueno, que le vamos a hacer, la comida siempre es buena.
Después de un tiempo me volvió a doler fuerte ahí abajo, por donde me sale mi agüita y Rabito empezó a interesarse por mí. No me decía mamita ya te toca, pero me miraba distinto, como apenado y se me acercaba y me olía y me decía quihubo Luna y yo quihubo Rabito pero no se atrevía a más y se iba. Me tenía miedo porque yo era un poco más grande que él y más fuerte y a veces no sabía por qué me gustaba morderle fuerte en el pescuezo y lo hacía gritar y mientras se escuchaba sus ayes venía el bueno de Francisco y nos separaba y yo molesta le decía a Rabito la próxima no la cuentas y él me decía bueno Luna, creo que te pasaste esta vez.
Pero el día que me volvió a doler ahí abajo, por donde me sale mi agüita, él se me acercaba y me olía y hasta a veces me lamía y a mí me hacía sentir cositas, empecé a entender ciertas cosas pero no sabía qué era. Hasta que al tercer día que me dolía ahí abajo, por donde me sale mi agüita, Rabito se me trepó encima y yo le grité estese quieto pendejo escuálido pero sentí que un cuchillo me estaba atravesando ahí abajo y pensé que Rabito estaba armado y decidido a algo y no me di cuenta que ya no podía separarme de él. Me empezó a doler y me retorcía y los ayes salían de mí y me tiraba al piso y quería zafarme y le gritaba que mierda me has hecho Rabito, ya vas a ver pero él estaba con la cara llena de placer y no me hacía caso. El duro de Juan nos vio y lo llenó de coscorrones a Rabito y yo le pedía auxilio, me dolía mucho, pero el duro de Juan solo le daba coscorrones fuertes a Rabito y después nos sacó al patio y ahí mismito nos empezó a tirar agua. Cuando al fin pudimos despegarnos el duro de Juan correteó a Rabito y de lejos escuché los ayes y los golpes secos que le estaban dando. A mí me dolió mucho y entendí que había sido violada por el pendejo escuálido. Rabito aprovechaba la ausencia de todos y se me iba encima de nuevo y no sé por qué ya no podía morderle el pescuezo y hasta dejaba que me montara y de nuevo volvía a sentir el cuchillo ahí abajo, por donde me sale mi agüita, y empezaba con los ayes. Unos días después dejó de dolerme ahí abajo y Rabito vino, me olió y se desinteresó de mí pero me dijo que me quería. Sáquese, pendejo escuálido, le decía mostrándole los dientes y abalanzándome sobre su pescuezo. Ay, ay, ay.
Un tiempo después sentí que el peso de mi cuerpo empezaba a crecer, ya no podía ni caminar. Pensé que era hora de hacer dieta y hacer ejercicio pero no podía ni moverme. Cuando el duro de Juan me sacaba las otras perras me miraban y se reían y empezaron a decirme la ballena. Es la buena vida les respondía, pero ellas se reían. A Rabito lo veía medio preocupado y ya no quería hablarme. A veces me veía y se iba diciendo que por qué él, por qué él. Sáquese pendejo escuálido.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Luna, la perra I

A mis perros

A mí me dicen Luna, y cada vez que escucho “hey Luna, véngase para acá chiquita” yo voy corriendo y meneo la cola para recibir caricias en la cabeza. No siempre es lo mismo, a veces me da por ir a orinar o defecar por el comedor, en la alfombra, en la sala y hasta una vez en el sofá de la sala y entonces ya no me dicen “hey luna, véngase para acá chiquita” sino “hey perra mala, venga inmediatamente” y ya no recibo caricias sino coscorrones y un puntapié en el dorso que me deja sin aire y me hace agachar la cabeza y hasta a veces me hace ponerme de espaldas con la panza al aire y mis pezones señalando, como dedos, hacia el techo y ahí recién el duro de Juan evita meterme otro puntapié y me soba la panza y susurra “Ya perra mala, déjese de estar humillando” y se va. Sería fácil no cagarse ni mearse ahí para ya no tener que soportar las Adidas entre mi dorso pero el olor es tan contagioso, tan diciéndome aquí es. Yo huelo y huelo cuando me dan ganas de soltar mi agüita o mi masita, huelo y busco y a veces los olores son traicioneros y se me va todo en el comedor o en la alfombra o en la sala y ya después de que respiro aliviada me doy cuenta de donde estoy y bueno a esperar que venga el duro de Juan para que me resondre y me empiece a soltar coscorrones en la cabeza.

Yo no siempre me llamé Luna, ni ellos siempre fueron mis dueños, ni siempre viví en esta casa; antes vivía con otra gente y ya no recuerdo cómo me llamaban, quizá Blacky, quizá Julia, a mí me hubiera gustado llamarme Princesa porque a las princesas las dejan cagarse y mearse en el comedor o en la alfombra o en la sala. Pero me pusieron Luna y aunque no me guste tengo que hacer caso cada vez que alguien lo pronuncia. Mi nombre no tiene historia y eso me molesta. Llegué una noche a esta casa, eso lo recuerdo bien, había escapado de mi antigua familia porque me tenían encerrada y yo quería era correr a los carros en las pistas pero a ellos no les gustaba sacarme así que un día lo planeé todo. Esperé que alguien abriera la puerta y me prometí correr, correr sin parar, sin hacer caso a los carros que me provocaban correrlos, correr y doblar muchas esquinas y así lo hice, alguien abrió la puerta y yo que me lanzo a toda prisa a salir y aunque me tiraron la puerta en el lomo ya yo estaba casi afuera y empecé a correr. Luego descansé y empecé a correr a los carros, uno a uno, todo el día sin atrapar a ninguno. Ni bien los veía los medía y me abalanzaba, “ya te atrapo, ya te atrapo”, me hacían gritarles pero eran más veloces que yo. Así pasé muchos días hasta que me dio hambre. Abrí los poros de mi olfato y me dejé guiar, caminé haciéndole caso a mi olfato y llegué a un basural enorme, olía muy rico y hasta casi lloré porque ya mi pancita empezaba a dolerme de hambre. Corrí alegre por un buen rato entre la basura y hasta intentaba atrapar a las palomas, me revolqué entre carne llena de gusanos, la mejor carne que he probado, entre estiércol, así fui deshaciéndome de mi antiguo olor. Pero esa felicidad no fue eterna, incluso fue efímera. Llegó un tal Rocky rodeado por unos diez perros y me desterró de ese edén perruno pues porque era su territorio y si me quería quedar tenía que pagar peaje, yo no sabía qué me quería decir y me empezaron a oler y le dijeron al tal Rocky que aún no podía brindarles mis servicios y así fui obligada a irme porque en ese momento me empezaron a mostrar los dientes y a mí me dio miedo. Un día me dolía fuerte ahí abajo, por donde me sale mi agüita, y me empecé a sentir rara, ahí mismito me empezó a perseguir un perro. Qué quieres le dije y él me dijo mamita ya te toca, le mostré los dientes pero él se reía y no dejaba de perseguirme. El hambre de nuevo me hacía doler mi pancita, habían pasado varios días desde que estuve en el edén y ya no podía más. Para agravar las cosas otro perro me empezó a seguir y yo les gritaba a los dos que me dejaran en paz pero ellos se reían y me perseguían. Cuando me cansaba me sentaba a jadear un ratito y ahí uno de ellos aprovechaba y ya lo sentía encima mordiéndome la nuca. Soy chata pero fuerte y los corría a mordiscones. Ellos se reían. Después llegó un tercero y ya para la noche habían siete que me perseguían. El más grande era el que estaba más cerca y los corría a los otros y me decía mamita ya te toca y aunque era guapo yo no quería hacerle caso. Un día lo vi al duro de Juan paseando a un perro simpático aunque chiquito. El también quiso unirse a mi grupo pero el duro de Juan no lo dejaba y lo sostenía con la correa. Yo ya estaba flaca y cada vez me dolía más ahí abajito y la pancita. Los perros no dejaban de hostigarme y hasta los escuchaba en coro decir mamita ya te toca. Empecé a seguir al duro de Juan y él se daba cuenta sin decirme nada. Cuando vi que entró a la casa me dijo pase perra, no sea miedosa y sin pensarlo me metí a su sala y dejé a los perros ahí afuera en la oscuridad de la noche. Les enseñé los dientes desde adentro y ellos se reían. El duro de Juan me sacó leche y atún y quise decirle que no era gata pero ni modo, tenía hambre y lo devoré todo y hasta pedí más. Luego el duro de Juan hablaba con una señora y ésta le gritaba y le decía que por favor se deshiciera de esa cosa y me señalaba pero el duro de Juan le decía que no, que esa cosa se queda y también me señalaba.

jueves, 19 de agosto de 2010

La jeringa IV

En ese momento recuerdo que me asusté demasiado. Ni bien el hombre sacó la aguja ensangrentada de su garganta, los que estaban sentados más cerca de la puerta salieron despavoridos del bus. Yo no tuve opción, estaba sentado al último y además no sé por qué quise demostrar que no soy un miedoso. En cambio aquellos, los que salieron como los más cobardes de Lima, ahora no tienen de qué preocuparse. No pude hacerme el dormido tampoco porque en varios momentos la mirada del sujeto se cruzó con la mía. “Una colaboración señora... gracias”, todos le estaban dando monedas. Una chica con lágrimas en los ojos y con la mano temblorosa le dio un billete. “Gracias amiga, tú sí que me comprendes. Miren señores así deberían ser todos los peruanos de comprensibles”, la chica entró en un llanto incontrolable y el sujeto cada vez se acercaba a mí enseñando la jeringa ensangrentada. Una señora temeraria le empezó a decir que debería darle vergüenza, que es un asesino y le increpaba con el puño cerrado. Pero el hombre ni se inmutó y por el contrario levanto más la jeringa para que la viera, entonces la señora, golpeada en su orgullo, se calló y bajó la cabeza para buscar unas monedas en su bolso. “Gracias señora, usted sí que entiende a los necesitados”

Nadie más se atrevió a enfrentarlo. Al chofer y al cobrador también se les notaba algo lívidos. El hombre llegó hasta el sujeto que estaba un asiento delante del mío. “Gracias señor, Dios lo bendiga” En ese momento mi cuerpo empezó a temblar pero seguía firme en mi idea de no darle un solo centavo a ese sujeto. “Total –pensé- de repente no tiene sida y solo lo hace para asustar a la gente”. Pero sin duda que era un riesgo. Antes de que llegue a mi lado giré mi cabeza hacia la ventana y miré a la calle. “Joven, por favor una colaboración”, no me inmuté y seguí mirando hacia la calle. La gente de afuera miraba al bus con indiferencia sin percatarse de lo que sucedía. “Joven, joven… joven por favor una colaboración”, yo seguía sin hacerle caso. Pensé que mi obstinación era muy arriesgada pero no quería dar marcha atrás. “Hombre ya te han colaborado varios, bájate”. El hombre de la jeringa volteó y el cobrador se quedó callado. “Joven por favor una colaboración pa bajarme de una vez”. Sentí miedo pero no le hice caso, no lo miraba directamente, pero sí de reojo. “Joven no sea tonto –escuché decir a una señora- déle una propina, no ve que ese hombre es peligroso, está armado, no lo ve” Pude ver que su brazo, en donde sostenía la jeringa, comenzaba a levantarse y fue ahí que sentí más temor pero seguí terco y firme en mi decisión. Ahora pensándolo bien no sé por qué hice eso. Gasté buena cantidad de dinero esa noche y sin embargo arriesgué mi vida por no querer darle una moneda a ese sujeto. Pero no quise dar mi brazo a torcer por culpa de un miserable, no quería verme humillado por culpa de un infeliz limosnero. “Joven entienda la situación por favor, no quiero problemas”. De reojo noté que ya la aguja estaba en el aire, entonces no resistí más, pero fue tarde. “Joven no va a ser mi culpa”. Cuando decidí mirarlo y darle una moneda, sólo pude ver su rostro furioso y la jeringa clavada en mi hombro. Escuché el grito de una mujer. El hombre ni bien clavó la aguja en mi cuerpo corrió y se marchó del bus. Yo me quedé absorto, sin reacción. Todos los pasajeros fueron a socorrerme. El cobrador llegó y con algo de asco me sacó la jeringa. En ese momento empecé a temblar, controlé mis lágrimas pero no mi temor y desesperación. Escuché por ahí a una señora diciendo “qué desgraciado ese sujeto. Pero joven por qué se arriesgó”. Por ahí se escuchó un grito de “vamos al hospital de inmediato”.

Recuerdo que en un descuido de todos salí corriendo del bus y empecé a correr por toda la avenida Wilson y parte de la avenida Arequipa. Me pregunté a cuántos más les había pinchado con la jeringa. Corrí y no pude evitar que las lágrimas se me salieran. No me importó que la gente me viera, seguí corriendo. Cuando me cansé tomé un taxi y me dirigí a mi casa. “Qué pasa joven, por qué está llorando”, “nada, por favor sólo conduzca y no me hable”. Lloré todo el camino. Al llegar a casa felizmente papá no estaba y mamá salió a mi encuentro. Me vio con los ojos hinchados y rojos, y su curiosidad empezó a desesperarla. Pensé en decirle la verdad pero me contuve, hasta ahora no se lo he dicho. Le dije que mi enamorada me había dejado y que por favor no le contara a mi papá. Ella, tierna como siempre, me abrazó y me dijo que esas cosas pasan, que ella había dejado así algunas veces a mi papá y que él la buscaba con lágrimas en los ojos. Mi padre no se enteró que había llegado con los ojos llorosos.

Hace un mes que no voy al centro. Los chicos me escriben mensajes, pero yo prefiero no contestar. Mi padre me pregunta por qué ya no salgo. Mi madre me pregunta por qué sigo llorando. El hombre que estaba a mi costado sale del consultorio, en su rostro se nota la preocupación además sus ojos brillosos lo delatan: está condenado. Del sujeto que me hincó con la jeringa no supe más, sólo me enteré de una persona que fue atacada por un hombre, en un bus, con una jeringa. Vi el titular en un periódico hace una semana: “Loco jeringa infecta Natacha en combi”. Cuando lo vi me quedé paralizado, pero no compré el periódico. No quise saber si de verdad la infectó o no. Me dio temor que la mujer se haya hecho los análisis y le haya salido que es portadora del virus.


La enfermera sale, dice mi nombre. Voy hacia ella, le digo que no quiero hablar con el doctor y que sólo me dé los resultados. Me avergüenza hablar de esto con alguien. Ella vuelve a entrar. “Y ahora qué hago -pienso- y si las pruebas salen positivas”. Recuerdo el ofrecimiento del Argentino de recorrer toda América. Sí, me iré y desapareceré con mi enfermedad. Pero todavía no sé los resultados. Antes de irme le diré al Argentino que busquemos al sujeto y lo matemos. Pero todavía no sé los resultados. La enfermera vuelve a salir. “Dice el doctor que si no sabes leer el resultado lo llames, toma. Gracias por venir. Siguiente, el señor…” Me ha dado un sobre. Lo tengo en mi mano. Estoy temblando. No quiero verlo.

La jeringa III

El grupo esperado llegó. Nosotros ya estábamos listos para meternos a los empujones que se estaba formando en medio del local. Ni bien empezó la primera canción toda la gente se dirigió al centro y empezó a golpearse. Recuerdo que yo sentía que volaba, me dirigía de un lugar a otro y no me oponía a ello. Chocaba con todo el mundo, miraba sus rostros en pleno éxtasis o transitoria locura. Las chicas también estaban metidas en los empujones y por más que les caían patadas en los senos ellas, obstinadas, continuaban repartiendo golpe. Y yo seguía volando de un lado a otro, impulsado quién sabe por simples empujones o por verdaderos puñetes que no sentía por la adrenalina de la bulla. Terminada la canción volvimos todos alegres como si no nos hubieran golpeado. Nuestro cuerpo no sentía dolor en ese momento, pero al día siguiente te lo cobraba. Varias veces mi padre me había visto hematomas gigantescos. “Qué es eso”, me preguntaba, “A dónde mierda te has ido para que llegues con esos moretones”. “¡Ay, padre!, si te contara cómo es esta chica de salvaje”, y todo quedaba como si nada. Mi madre sí armaba un escándalo: “Vamos inmediatamente al hospital”. Se iba de un lado para el otro con remedios “Pero quién te ha hecho esto mi bebe, dime la verdad. Acaso te ha pegado tu papá, porque si es así…” Yo me reía de lo histérica que se ponía cada vez que me veía con un moretón en el brazo.

Nos volvimos a sentar y continuamos bebiendo. Ya a las tres de la mañana nadie quiso seguir tomando, el local estaba casi vació y bastó que levantara la mano para que claudia, la mesera de cabellos rizados, llegue con mi botella de whisky. Le pagué todos los gastos hechos y les dije a los chicos que ya era hora de irnos. Llegamos al mismo sucio hostal de siempre y pedimos el mismo cuarto que pedíamos todas las madrugadas de los sábados; aquel cuarto que poseía la cama más grande que había en toda la casa-hostal. Ya nos conocían así que no hubo problema que entráramos todos juntos al mismo cuarto: el escondite perfecto para esconder los estragos de la resaca. Al entrar al cuarto todos se tiraron en la cama. Yo seguía con mi botella de whisky en la mano tratando de quedar completamente inconsciente. Todos nos quedamos dormidos al instante, no sin antes haber fumado el último cigarrillo de marihuana que quedaba.

Siempre que estaba con ellos temía que la luz del día llegue, pues al llegar tendría que regresar a mi realidad. La noche es perfecta porque se convierte en cómplice de todos; oculta a violadores, asesinos, parejas y a simples jóvenes que se refugian en actos bacanales. Hace unos meses el argentino me dijo que nos fuéramos a recorrer como mochileros toda América. No acepté pues sabía que mi padre me encontraría donde esté. Tal vez si hubiera aceptado, ahora no estaría en esta sala de espera. Acaba de salir una enfermera, ha llamado al de mi costado. Cuando vuelva a salir sé que será mi turno. Estoy nervioso y sudo. Mi cuerpo empieza a temblar.

Cuando Salí del cuarto no me despedí de ellos. Todos estaban totalmente dormidos, nadie podía escucharme. Tomé mi botella de whisky, todavía quedaba un poco, y me fui de la habitación. Llegué hasta el lugar de recepción y pagué la cuenta. Salí del hostal y me dirigí hacia la avenida. Al pasar por el local en el que estuvimos vi a una chica desnuda tirada en el suelo, rodeada de policías. Había demasiada gente alrededor así que seguí de largo, obviando a la bella punk sin ropa que estaba postrada en el asfalto y era mirada por policías que cumplían con su trabajo pero esa vez lo cumplían con secreta morbosidad. Ahora, pensando, si me hubiera quedado a mirar un rato, una milésima de segundo, no hubiera subido al bus que subí y no me hubiera topado con ese sujeto. Pero no, continué de largo hasta llegar al paradero de buses. Pensé en parar el primer carro que pasó pero me arrepentí pues estaba totalmente lleno. El cobrador me insistió, pero le dije que no frunciendo el ceño. Quizás ese cobrador era mi ángel protector y yo lo rechacé como Eva rechazó al paraíso. Si hubiera subido a ese bus ningún limosnero hubiera subido al micro en el que subí, mi padre solo me hubiera gritado y yo no estaría al borde del llanto ahora. Ese día pensé en tomar un taxi pues mi olor no era agradable. A la mierda, me dije, esos huevones siempre están más sucios que yo así no me haya bañado en días.

Y llegó el carro. Estiré el brazo para que se detenga. Estaba casi vacío. Al subirme sentí que algo trataba de detenerme, como si se hubiera tratado de un presagio, pero al no saber de qué se trataba continué. O tal vez digo esto ahora y en realidad no había sentido nada. Me senté al final esperando que nadie me perturbe hasta bajar. El carro avanzó unas cuantas cuadras y entonces subió él. El hombre en el que he pensado todos estos días. Su flacura, su voz, todo él es el dueño de mis pesadillas. Todavía seguíamos en el centro. El cobrador lo dejó subir sin obstrucción. El bus ya estaba casi lleno. Subió, se paró en la parte del medio y empezó: “Señores buenas tardes. Disculpe que venga a interrumpir su lindo viaje -su voz era tosca- pero la necesidad me empuja a hacerlo. Yo no estoy bien, soy un hombre enfermo al que todos han hecho de lado. Mi mala cabeza me ha llevado al camino del mal. Desde muy pequeño me he drogado, desde muy joven he parado con mujeres y siempre sin protección y ahora sufro las consecuencias. Sí señores, se sufre mucho. No me alcanza para la medicina. Sí señores, tengo sida y no saben cómo se sufre, es muy horrible. Pero yo vengo a que me entiendas… por eso voy a hacer algo pa mostrarles lo que puedo llegar a hacer por culpa de esta enfermedad, pa que vean como se sufre”

Hasta ese momento yo no le había prestado atención, nunca presto atención a los vendedores porque todas las historias son casi las mismas. “Miren señores, esta jeringa representa la causa de mi enfermedad. Yo me inyectaba con la misma aguja que otros. Ahora estoy así por culpa de la jeringa y de las mujeres. Pero lo que voy a hacer por ustedes es clavarme esta jeringa en la garganta pa que vean como se sufre”. Cuando escuché que se metería la aguja en la garganta reaccioné, no sólo yo sino todos los que estábamos en el bus. El sujeto jaló el cuero de su garganta y se hundió la aguja de la jeringa. Ese “por ustedes” sonaba a sacrificio, sin embargo el por nosotros estaba alejado de cualquier sacrificio, estaba alejado de cualquier acto de resignación, de cualquier acto salvaguardador que, por último, nadie le pedía. Vi como sacó un poco de su sangre. “Señores esto es lo que hago por ustedes, esto duele pero lo hago para que me colaboren. Ahora por favor les pido una colaboración, miren lo que he hecho por ustedes, es doloroso clavarse una aguja en la garganta, pero lo hago por ustedes. Colabórenme por favor, se los pido en nombre de Jesusito nuestro padre y de nuestra querida Sarita”

martes, 17 de agosto de 2010

La jeringa II

Nunca les compré nada a no ser que sea de mi gusto. Bien me hacía el dormido o movía mi cabeza de un lado a otro para que entendieran mi mensaje. Alguna vez cuando caminaba con dos compañeros de clases, no me atrevo a llamarlos amigos, uno de ellos al ver a un tipo greñudo suplicando una limosna en el piso de una calle anónima para mi recuerdo le dio una moneda, inmediatamente el otro le increpó la acción y le dijo que para qué le regalaba dinero si habiendo más de esos nos convenía. Yo no pienso así, y si no les colaboro es porque no me gusta ayudar a tipos que han cometido todo tipo de actos delincuenciales y después merodean por las calles pidiendo a la gente que le ayude a arreglar su vida; y si se trataba de una historia trágica tampoco les colaboraba porque no sé quién me está contando la verdad y quién no.

Ese viernes fui al centro a escuchar a un grupo grunge, siempre era grunge, no toleraba el punk, y a encontrarme con los muy pocos amigos que tengo. Al centro iba con ropa distinta de la que llevo a la universidad porque así evito los reclamos de mis padres. Escondía la ropa en mi jardín y al salir me cambiaba. Jeans rasgados, polos cortos y camisas de leñador. En cambio a la universidad iba lo formalmente posible.

Tomé un bus. Pensé en los chicos, “me gustaría dejarme el pelo largo como el argentino o el chato que desde que los conozco siempre lo llevan así, pero mi padre no me lo permitiría”. Llegué y ahí estaban todos, en la misma plaza de siempre, esperándome porque soy yo el que pone las entradas y los tragos, a cambio ellos ponen la marihuana y sus locuras. Por último, con ellos me divierto y la plata sale de los bolsillos de mi progenitor.

Los vi desde lejos. El argentino y el chato ya habían prendido unos porros y los fumaban con ávido placer, Esteban, sentado en la banca, miraba el piso con detenimiento catatónico y las chicas, las únicas chicas que conozco y con las únicas que me he acostado, estaban con sus trajes anchos y esotéricos, que les daba un aire místico, charlando y riendo no sé de qué y buscando en esos jugueteos pueriles y cómplices a la vida en sí. Me ven y gritan. “Ahí viene el pituco”, siempre se alegran cuando me ven porque saben que si llego es con dinero para divertirme. “Pituco”, me dicen. Es mi apodo. Yo les digo que soy como ellos, que no tengo la culpa de que mi padre gane bien y viva en una zona exclusiva de la ciudad. “Lo sabemos -me dicen- además nos caes de puta madre”. Una por una las chicas se acercaron a mí, todas me dan un beso en la boca cada vez que me saludan. Las cuatro son hermosas, más, o distinto, que las chicas que viven por mi casa. Su belleza es distinta, su belleza refleja libertad. En cambio las chicas de mi cuadra viven aprisionadas en el cuidado de su apariencia y hay que pedirles permiso incluso para mirarlas. Todo es muy distinto.

La noche ya estaba planeada. Iríamos al local donde más acudimos, porque es de los pocos donde tocan bandas grunge. Antes de ir al local fumamos marihuana, vieja costumbre que teníamos antes de entrar a cualquier local. El Chato siempre pedía fumar afuera porque adentro todos, conocidos y desconocidos, te pedían una pitada. Recuerdo que llevé dinero suficiente para las entradas los tragos y el cuarto donde siempre dormíamos todos juntos, acurrucados en la misma cama, así estemos en verano. El dinero nunca faltaba en nuestros encuentros. Mi padre siempre era generoso con ello. “A un verdadero hombre nunca tiene que faltarle billete carajo, si no las muchachas no se te acercan.” Me daba buena cantidad todos los días y yo guardaba todo para los viernes, cuando la Collera Burguesa, así tildaron a nuestro grupo y nos acostumbramos a que nos dijeran así, se juntara para hacer perradas por las calles del centro.

Siempre parábamos los siete juntos toda la noche. Creo que mi presencia nos unía, ya que siempre me hablaban y yo siempre los escuchaba. Nos reíamos, a veces se burlaban de mí, tal vez era un tanto inocente para ellos, yo era distinto a lo que era en cualquier otra parte, con ellos todo era distinto. Pero eso sí, nunca me buscaban, yo siempre los buscaba y ellos siempre me recibían. Cómo los extraño, desearía que estén aquí, a mi lado tratando de animarme o sufriendo conmigo.

Fumamos los cigarrillos de marihuana y entramos al local. Ya una banda había empezado a tocar, como preludio a la banda esperada. Fuimos a la mesa más alejada que había en el local y una chica de pelo rizado nos trajo dos botellas de vodka, ya sabía nuestros gustos, sabía que siempre empezábamos con unos vodkas, que continuaríamos con un par de vinos, que todos se embriagarían y que sólo yo quedaría medianamente sobrio como para pedirle una botella de whisky. Tenía una resistencia al licor inigualable. Desde que tenía seis años a mi padre le gustaba darme una copa de whisky cada vez que llegaba de trabajar. Hasta ahora lo sigue haciendo, pero por el contrario no le gustaba que tomara en exceso, porque “eso es vulgar hijo, eso solo lo hacen los delincuentes”.

domingo, 15 de agosto de 2010

La jeringa I

Y ahora qué hago. Y si las pruebas salen positivas. ¡Puta madre!, esta sala me desespera. Todos se notan tensos. Por ahí hay uno que está al borde de las lágrimas. Tal vez muchos de los que estamos en esta sala desmayemos al ver los resultados. No quiero hablar con nadie, ni siquiera los miro. Ya un tipo me empezó a hablar, lo mandé a la mierda con la mirada; felizmente entendió. ¿Por qué estoy acá? Creo que por estúpido y terco, pero a diferencia de los que también esperan, lo mío pareciera algo irreal o una condena a la que, como el resto, no debería estar sometido.

Todo empezó un viernes en la tarde. Ese día, y como cada viernes, me dio ganas de ir a los suburbios del centro. Siempre me entra al cuerpo unas ganas incontrolables de ir a escuchar bandas no comerciales cada vez que la semana termina, porque mi cuerpo se siente aburrido de estar escuchando a los malditos profesores de la universidad durante toda la semana. Cada vez que mi padre me ve salir me pregunta a dónde voy. Le contesto que a casa de mi enamorada de la universidad, y entonces él me cubre en todo. Si supiera que ni siquiera tengo amigos en la universidad. “Tráela algún día hijo, para conocerla”, se emociona siempre que le hablo de mujeres y solo atino a decirle cosas que elevan su orgullo. “Padre, tú crees que es la misma cada mes”, entonces suelta una carcajada como si entendiera o fuera lo que quiso escuchar. Siempre le digo cosas similares porque el machismo es una de sus características. “Te pareces a mí cuando era adolescente. Pero algún día vas a tener que sentar cabeza.” Imposible, padre. Yo no soy como tú, un amiguero y social con cualquier persona. No, no, es imposible. Yo soy distinto. A veces pienso que todo se debe a los mimos de mi madre, a la paulatina transmisión de su timidez. En la universidad soy el único que forma grupo de uno cuando dejan trabajos grupales. Soy el chico que se va al rincón a sentarse solo y no habla ni opina una sola palabra y nadie toma en cuenta, como si nadie se percatara de mi existencia, pero existo para mí, existo para mis padres y existo para ese momento, para ese rincón invisible. Soy aquel que pierde puntos en los cursos por no salir a exponer. Pero eso sí, nunca desapruebo porque compenso todo con buenas notas.

Cuando llego los sábados por la mañana me reclama el hedor a licor con el que siempre llego a casa. Me excuso diciéndole que sin unas copitas las chicas no caen. Entonces vuelvo a escuchar sus risotadas. Si se entera que voy al centro a locales hediondos con chicos poco comunes a drogarme, nada químico eso sí, embriagarme y a acostarme con chicas que él repudiaría por ser tan poco femeninas y andróginas, me mandaría al ejercito. Y es que con lo machista que es no le importaría que me juntara con esos pobretones con tal de ver a su hijo como un chico con diferentes ambiciones y machista, eso sí, muy machista. Pero antes me escaparía.

Nunca llevo carro al centro. No sabría donde dejarlo sin que amanezca con un par de llantas menos. Así que siempre tengo que tomar dos buses. Uno hasta la avenida Arequipa y el otro hasta la Plaza Francia, en el Centro. Lo malo es que detesto subir a los buses. Estar sentado con alguien que no conozco me desespera. Y peor si es hora punta porque el chofer y el cobrador abusan de sus clientes y no hay cuando dejen de meter más y más gente. “Al fondo hay espacio pe Chino, avanza”, recuerdo que alguna vez me dijo uno, y sin embargo yo ya me encontraba al fondo. Pero no tenía otra alternativa porque no podía llevar mi carro y detestaba mucho más ir en un taxi. Ni bien subías te empezaban a hablar de la situación del país: “El gobierno es una mierda joven, mire éste es mi título de abogado y sin embargo estoy aquí, taxeando”. “Es culpa de tus viejos por haberte mandado a una universidad de mierda”, le contestaba en mis pensamientos pero él escuchaba “Sí pues señor, el gobierno es malo por las universidades malas que existen en este país”. Con eso lograba que se callaran por un momento, pero después cargaban y seguían con las absurdas conversaciones, como si contándole a un desconocido todos sus malestares y frustraciones aliviaran un poco la mediocridad de sus vidas. Cómo odiaba subir a los taxis. Por eso prefería los abusos de los microbuseros, aunque a cada rato subieran vendedores de caramelos, o vendedores de lo que sea, pero vendedores al fin, con una voz de súplica. Eso también era algo muy intolerable. Te contaban su vida o cantaban. “les voy a cantar una canción linda de mi tierra linda”. Nunca entenderán que están en la ciudad y que sus canciones no nos gustan. No sé cuando llegará el día en que un vendedor suba y diga: “Espero que esta canción de Ian Curtis les guste”. Tal vez ahí hubiese cambiado un poco mi actitud de nunca comprarles nada a esos malditos limosneros. Y esa actitud es la que me llevó a estar en esta maldita sala, esperando algo que podría cambiar mi vida para siempre. Aún tengo el rostro del sujeto en mi mente: flaco hasta verle los huesos, alto, pelo corto, nariz ancha, con un corte en la cara y varios en los brazos, cadera ancha y hombros pegados al cuello. Pero lo que más recordaba de él era su voz: tosca, una voz que notaba una vida de alcohólico.

viernes, 13 de agosto de 2010

Compra y venta

Avanzaba sin sentido por la callecita colonial y maloliente del centro y esperaba de una buena vez formalizar la compra. El vendedor tardó en llegar a donde habíamos quedado por teléfono horas antes. A pesar de la molestia por su demora verlo me produjo tal alegría aunque de una manera inconsciente claro, porque también una vez localizado le mente muchas veces la madre en mi soliloquio interno, pero llegó y ya la angustia se terminaría, al menos por esos minutos.

-siéntate ahí- me ordenó, sin titubeo y sin saludarme siquiera, señalándome la grada de una inmensa puerta colonial echada a perder.

El desagrado que me produjo sentarme en esa grada mil veces bañada en orines por perros borrachines y transeúntes le importó poco al vendedor pues una vez dada la orden continuó caminando hasta la esquina de la calle, dio un vistazo a todas partes y empezó nuevamente a acercarse a mí.

-cinco soles, chino- me dijo fríamente, sin ganas de preguntar algo más allá de lo necesario.
-¿Qué tal está?
-Como siempre Chino. Apúrate antes que nos caiga el gendarme- Y luego de decir eso volvió a recorrer con sus ojos todas las partes visuales de la calle.
-pero la última vez me pareció malísima- le dije con tono apacible e irónico para que no se ofusque y no se me eche encima.
-A veces sale mala, pero la que he traído ya la probé. Apúrate Chino, ¿la compras o no?
-Toma, confío en ti eh.
-Confía siempre en el Gato, Chino. Ahora párate, hazte el huevón y vete por allá. Creo que por esa esquina he visto dos tombos. Ayer casi chapan a dos huevones, ya no se está tranquilo por acá.
-¿Mañana vas a estar por aca.?
-Como siempre Chino, como siempre.
-A la misma hora entonces.
-Puta madre!, ahí vienen. No me conoces, vete nomás.

miércoles, 21 de julio de 2010

pinturas de manicomio II

Luego, en un acto de heroísmo beligerante, luchó contra su locura y pudo al fin suministrarse la medicina y dejó de ver a sus fantasmas, dejó de sentir que las hormigas se amotinaban en su cuerpo y trataban de llevarlo al hormiguero y las voces que le hablaban y le susurraban cosas dejaron de perturbarlo. Salió con el dinero que aún sobraba y fue al mercado a comprar el pescado inmenso que ahora pintaba y no descansaba hasta lograr el punto que buscaba en sus pinturas, el elogio irracional hacia el horror. El pescado ya llevaba colgado más de dos semanas pero aun faltaba unos últimos retoques a una pintura que lo había hecho sufrir quizá porque su talento se vio mermado o idiotizado por la hediondez del lugar, o quizá porque con cada día la carne del cadáver iba metamorfoseándose. Pero estaba decidido, la revolución no solo de la pintura sino del arte, así pensaba cuando entraba en una especie de trance, tenía que lograrlo él o al menos enseñar el camino, ser el primer peldaño hacia el nuevo vanguardismo, porque esto tengo que hacerlo yo y no pararé hasta lograrlo, porque yo soy el último de los pintores malditos.

Desde que dio inicio a la serie de criaturas muertas había bajado quince quilos, había fumado más de sesenta cajetillas de cigarros, había fumado similar cantidad de marihuana, había estudiado las obras de Goya, Rembrandt, Chardin, Courbet, Soutine y a cualquier otro que haya pintado el horror y la sangre o miraba los caballos de Velásquez, caballos vivos e imperfectos porque en realidad eran caballos muertos, había dormido dos o máximo tres horas por día y el resto del tiempo lo dedicaba a pintar, fumar, estudiar y a pensar en la próxima criatura y las formas cómo debería ser muerta y expuesta ante sus ojos para empezar con la obra. Pensaba, por ejemplo, en conseguir un mono, quitarle la piel del cuerpo, mas no de la cabeza, y que pareciera mas un humano con cabeza de mono, y también en intentar atrapar de una buena vez a la paloma y atravesarle un fierro largo que le quepa en la boca para que entre por ahí y le salga por el ano, pensaba también en las tortugas pero las pensaba vivas porque no sabía como era la mejor forma de matar a una tortuga para pintarla, el caparazón le parecía un estorbo. A pesar de toda esa búsqueda, sabía y sentía que a su proyecto aun le faltaba algo, algo que vaya mas allá de matar animales, algo que realmente revolucionara todo, quería superar a ese tal Edwin Johns que luego de hacer una pintura se cortó la mano derecha, él era diestro, la embalsamó y la pego al lienzo para exponerla como su obra cumbre. La crítica lo tildó de loco y lo condenaron a pasar el resto de sus días en un manicomio. Nunca mas volvió a hacer una buena pintura, su mano izquierda le era muy torpe e intento crear un nuevo estilo pintando con los pies, algo que la critica considero como simples manchas sin sentido. En realidad nadie había oído hablar de ese tal Edwin Johns, que despertaba la profunda envidia del pintor que creía le había robado la idea a pesar de que un pintor del siglo pasado y lo antecedía en el tiempo, y solo existía en la mente del artista quizá porque lo vio en un sueño, quizá porque lo leyó en un libro, quizá porque empieza a ver y a crear otro mundo con hombres imaginarios, libros escritos por esos hombres imaginarios y pinturas pintadas por los mismos hombres imaginarios. Lo que no recuerda es que oyó de ese tal Edwin Johns el día que alguien le habló del libro 2666 de Roberto Bolaño donde efectivamente existe ese imitador vulgar de Van Gohg, pero como un personaje creado por el escritor que nada tiene que ver con la realidad. Sin embargo el pintor había olvidado esto o había confundido esto y pensaba constantemente en Edwin Johns, en la mano derecha de Edwin Johns, en la pintura con la mano momificada de Edwin Johns (Una pintura que en realidad nunca había visto porque no existe), en los pies llenos de pintura de Edwin Johns y todo lo veía y lo sentía tan real que su Edwin Johns terminó saltando de las paginas del libro 2666 para convertirse en una persona de carne y hueso.

martes, 20 de julio de 2010

Pinturas de manicomio

Apenas había dormido tres horas y ni bien salió de la cama continuó, como una máquina programada para ello, con su trabajo. Llevaba meses sin bañarse y semanas sin salir de su departamento. Quería terminar la serie de criaturas muertas que revolucionaría el arte, esto lo dice o lo piensa él. La habitación empezaba a apestar pero eso no lo incomodaba, su nariz ya estaba familiarizada con la pestilencia que emanaba de su modelo: un pescado muerto colgado de un clavo en la pared. Ya había logrado pintar a seis cadáveres entre los que destacaba un cachorro siberiano que había comprado en el centro y que ni bien llegó a su pieza ató del cuello con una soga y lo colgó del candil de la sala como a un suicida. El resto de los sacrificados fueron: una rata que, a pesar de la astucia que le otorgan todos a estos roedores, había caído tontamente en la trampa con un pedazo de carne y su ingenuidad provocó que le hicieran un corte profundo con un bisturí desde el cuello hasta los genitales y fue huésped del pintor durante una semana, semana en la que sus órganos colgaban y se desparramaban por la apertura de todo su vientre y que las demás ratas veían y olían pero desde la ventana cerrada y con ganas de querer devorar lo que quedaba de su amiga; una pierna inmensa de res que el pintor prefirió que permaneciera colgada unos días, dos o tres semanas, hasta que le empezaran a salir los gusanos para detallar el deterioro de la carne o la belleza de la putrefacción y abría las ventanas no porque el olor lo requería sino para que el cuarto se llene de moscas y estas dejen sus larvas aligerando de esta manera el proceso; un gato vagabundo que luego de dar lucha, como si fuera verdad la mención de sus nueve vidas, y enterrar sus garras en su opresor fue crucificado y atravesado con seis cuchillos, uno de ellos se hundió en su frente y le atravesó toda la cabeza y se clavó en la madera de la cruz; intentó también atrapar una paloma, pero a diferencia de las ratas, estas tenían alas y sospechaban de cualquier cosa, pero en el intento se topo con una mariposa, la mató hundiéndole un alfiler en la cabeza y empezó a trabajar, pero los resultados le molestaron, rompió el lienzo, se echó a llorar, su esquizofrenia rompió las barreras puestas por la medicina y gritó porque las mariposas eran tan bellas que pintadas muertas o vivas siempre tenían ese toque de candor y beldad que el pintor no toleraba.

miércoles, 23 de junio de 2010

Nabokov en mi cuadra

...Siempre nos juntamos en la misma esquina donde, desde que nos conocimos, acostumbrábamos a sentarnos Carlos y yo. Y de verdad que los veía distintos al resto. Ernesto siempre se vestía, no sé si hasta ahora, de negro con unas botas rarísimas y con el pelo más largo del grupo, entre varones y mujeres, le llegaba hasta el final de la espalda y aunque era bien reducido de tamaño el tipo igual nos ganaba. Rodrigo siempre se ponía una casaca de cuero y en su espalda siempre se le veía una guitarra, era él quien animaba nuestras tardes. Manuel también se le notaba distinto, a pesar del corte tipo militar que tenía, pues usaba unos pantalones militares con sabe dios cuantos bolsillos y polos pegaditos, también usaba un morral militar donde parecía que nunca llevaba algo el negro, por estilo supongo. Las chicas también eran rarísimas. Shirley y su corte de pelo similar a la forma de un hongo, que en cierto sentido opacaba su real belleza, sus pantalones rotos, su mochila con mil parches de grupos feísimos, y unos lentes muy raros; era la más loca del grupo, muy extravagante la flaca, no se inmutaba cuando cantaba en plena calle, cada vez que Rodrigo tocaba y a veces sin que tocara, o cuando se iba al parque a orinar detrás de un árbol, ni tampoco le importaba que la vieran fumando marihuana, eso sí bien lejos de nosotros porque nosotros fumábamos a ocultas, y siempre andaba declarándome su amor por mí y yo me hacía el loco y le decía que por favor no se burlara de mí porque me la puedo creer. Wendy, igual que Shirley, usaba sus pantalones rotos, hasta en las nalgas los usaba rotos y se le notaba la trusa, polos de colores huachafos, su pelo era hermoso y bien cuidado lástima que una vez vino con el pelo pintado totalmente de naranja, aunque ahora que la recuerdo le quedaba bien. Y Carla, la gringa, la guapa, la más tranquilita y la más introvertida, tenía un aire de psicóloga-filósofa-literata, no sé, pero se le veía bien intelectual a la gringa y estaba en una universidad habitada solo por pitucos. No sabía por qué se juntaba con nosotros y creía que era por la marihuana ya que siempre aportaba más dinero cuando Carlos pedía una colecta para ir a comprarla. Todos ellos junto conmigo y otros más, que ya dije que recuerdo efímeramente, éramos considerados entre la zona, principalmente por los más ancianos, como La cuadrilla del mal. Y así nos gustaba que nos llamaran y nos sentíamos orgullosos de ese nombre, nos acostumbramos a él. No hacíamos el mal pero cuan malos nos sentíamos.

Algo raro

Aún no hay luz y sin embargo ya quiero despertar, levantarme de la cama, deshacerme de las sábanas, salir de este ocultismo. Ya va siendo hora, creo, de ser nefelibata y empezar a darme cuenta que cuando uno no es para tal cosa no lo es y punto.
La necesidad de hundirme me está matando.
Han sido meses de vacío, de pensamientos, de escarnio, de exaltación de mi bipolaridad. Y es que de verdad que me ausenté por mucho tiempo. Las cosas no han ido muy bien y la depresión continúa marchitando mis días.
Hoy caminé por el centro con un tipo que no conocía y bueno, en cierto momento me sentí muy incómodo y hasta deseaba no estar ahí o que al tipo le pase algún accidente tipo atropellamiento. pero nada de eso, continuamos caminando un buen tramo más, yo sin ganas de estar ahí y él quizá preguntándose cómo deshacerse de mí. Felizmente me dejó y me dijo "nos vemos el lunes". Eso me asustó y me llenó de incertidumbre.

lunes, 14 de junio de 2010

He sido un muladar...
y mi padre me ha contagiado la pestilencia.

domingo, 13 de junio de 2010

Y ahora, después de mucho tiempo, volvíamos a estar uno frente al otro quizá sin ganas de haber ido al encuentro. La incomodidad de la situación llegó a ser intolerable, no sabíamos qué decir, cómo actuar, no sabíamos siquiera si era plausible mirarnos, volver a la coquetería y así al engaño y a la violencia de nuestra relación. Por lo pronto, ambos mirábamos a las personas que estaban por ahí, principalmente al sujeto de bigotito hitleriano que aún no acababa de leer el periódico y que cada vez se veía más fastidiado porque esta vez no era uno el tipo que lo miraba con irrespetuoso descaro, ahora a ese infeliz se le unió una tipa con fachas medio raras que también se ha puesto a verme. Era el ejercicio al que habíamos recurrido para ocultar un poco el error en el que habíamos caído al asistir a ese encuentro que conforme vaya avanzando el tiempo se irá tornando desastroso y hasta bizarro.

Recuerdo que me tomó con fuerza de un brazo, algo que me sorprendió al instante, y me dijo que a los libros se les debe respetar, que era lo mejor y lo más bello que ha producido el hombre, no, dijo el vulgar hombre, quizá el sucio hombre, no recuerdo bien, lo que sí recuerdo con exactitud es su mano asiendo la mía y marcándole cada uno de sus dedos. Yo quedé sorprendido, era la primera vez que me pasaba algo así, nunca una chica me había tocado violentamente, ni mi madre, ni mi abuela que por su carácter me sorprende que no me haya dado siquiera una bofetada. Yo la calmé diciéndole que tenía razón, que fue un acto vulgar, un vil recurso, utilizar la literatura para flirtear con alguien, eso realmente no se hace. Pero ella casi y hasta se echa a llorar de ¿rabia? ¿pena? ¿frustración?, no lo sé. Cuando me soltó le dije que me disculpara y que no me hubiera perdonado si nunca llegaba a conocerla. Cuando llegamos a su casa, aunque más exacto sería decir, a su cuarto, porque la casa era de un amigo y vivían allí ellos dos con tres amigos más, o sea vivían cinco personas y cada uno solo se podría decir que tenían un cuarto y no una casa a no ser que sea el propio dueño de casa que ante la partida de sus padres al extranjero no tuvo mayor idea que ganar algo de dinero alquilando unas cuantas habitaciones. Entramos a su cuarto y me sorprendió ver la cantidad de libros amontonados en estantes, en el piso, en la cama, debajo de la cama, en un escritorio y en los bordes de la ventana. “Disculpa, es que sin darme cuenta me fui quedando sin espacio”, me dijo avergonzada. “Pero si es genial”, le respondí y empecé a revisar los títulos. Mientras la penetraba con torpeza, porque mis encuentros sexuales han sido pocos y por eso desconozco qué vías seguir en momentos como estos, ella gemía en francés o alemán, no pude distinguir bien, se arqueaba y parecía que recitaba algún verso y cuando llegó al orgasmo, mientras yo estaba echado mirando el techo y ella me cabalgaba moviendo su pelvis hacia adelante y hacia atrás, gritó con más fuerza pero ya en español: “El arte es largo, el tiempo corto”.

lunes, 7 de junio de 2010

Por el día del Padre!!!

Padre!
te grito ahora
que estoy siendo miseria pura
perturbado
que a mis penas nunca pude ahuyentarlas
y no hay lugares mejores ni ocasos eternos en las penumbras:
mira cómo me has moldeado al ausentarte!

martes, 18 de mayo de 2010

-Supuse que estarías esperándome -me dijo cuando me vio sentado analizando a la gente-. No tenía pensado venir después de la última vez, pero no sé por qué me animé -volvió a pronunciar mientras se sentaba a mi lado-. Y cuando te vi me hubiera ido pero verte mirando al resto, robándoles sus acciones y sus imágenes como que me entusiasmó, como esa segunda vez que salimos, ¿te acuerdas? Principalmente cuando te vi haciéndole muecas al tipo del periódico. Te vi y me dije qué estará pensando este tonto y hasta me dio curiosidad saber por qué le hacías así al pobre mostachín.

—A ver de nuevo— le dije— me gustó cuando imitaste mi mueca.

—Un poco así pues tonto. Te traje esto, por si acaso te interesaba. Es un escritor de esos que creo te gustan.

—¡Genet!, sí lo he leído pero nunca en teatro. ¿Bueno?

-Muy bueno, al menos para mí.

-Gracias. Yo tampoco pensaba venir, es más vine pensando en que no vendrías y por eso yo no traje nada.

-es lo de menos, igual nunca traes nada.
“Toma -me dijo extendiéndome el libro de Perec- Ahora sé que puedo confiar en ti.” De pronto me vi obnubilado, no sabía qué decirle y el único lugar por donde podía escabullirme fue dar las gracias y ponerme a revisar el libro. Después ella sacó de su bolso dos libros más y también me los entregó. “Estos son los libros de los que te hablé ayer. Pensé que también podían interesarte.” Volví a agradecerle y hasta comentarle que me sentía casi como un gusano primero porque yo no tenía con qué agradecerle y segundo porque a su lado me sentía casi como un ignorante. Despreocúpate, me dijo, solo no olvides que la otra semana aquí mismo me los tienes que devolver. Se despidió confiándome sus libros y sin sospechar siquiera que había la posibilidad de que nunca más me viera y así perder parte de su biblioteca ante un desconocido. Naturalmente yo volví a la semana siguiente y la volví a encontrar. No pude devolverle los tres libros porque apenas y había leído uno. Me justifiqué diciéndole que tenía que resolver trabajos universitarios y eso me quitó tiempo para leer los libros. La verdad es que para leer siempre he sido lento y eso me avergüenza. Ese día nos besamos por primera vez. A modo de mentira le dije que nunca me había interesado el libro y que fue por ella que me animé a acercarme. Ella lo tomó casi como una vulgar ofensa. Eso no se le hace a la literatura, me dijo casi furiosa y fue ahí que empecé a percatar su bipolaridad.

sábado, 15 de mayo de 2010

Me miró bastante extrañada cuando me acerqué y le dije que haría lo que fuera por conseguir que me prestara el libro. Ahí empezó todo. Después se rio por mi atrevimiento y ese día terminamos en un café de Miraflores charlando sobre Perec y tantos otros. Cuando nos despedimos me dijo que a la misma hora y en el mismo lugar para que me prestara el libro, con la condición de que se lo devolviese y no desaparezca con él. Ya para ese rato el abismo que había entre libro y persona fue emparejándose e inclusive invirtiéndose, pues el resto del día no dejé de pensar en ella, de pensar en su boquita ligeramente pintada pronunciando uno de los versos que más le gustaba, de sus manos bailarinas haciendo coreografía con sus gestos en un intento casi inútil por explicarme cada parte de algún libro o de algún escritor que a ella la fascinaban.
Cuando volvimos a vernos efectivamente al día siguiente por primera vez pude apreciar su belleza. No era una belleza cotidiana o simple, de esas que solo basta con mirarlas una vez para decir que es bella. Su belleza consistía en su personalidad, no daba la misma impresión al verla como una desconocida que la cruzas un día cualquiera en una calle cualquiera y que nunca más vas a ver ese rostro y esa figura, la impresión más fuerte te la daba en la segunda vez que la veías después de haberla conocido o intercambiado al menos tres palabras con ella. Su belleza se arraigaba diría en su personalidad, se apoyaba en ella para que te haga sentir intimidado, subyugado. Cualquiera que no la conociera diría que es una mujer común y hasta tirando para fea. Pero no fue así para mí cuando la volví a ver al día siguiente sentada leyendo el mismo libro de Perec y cargando en su hombro un bolso.

jueves, 13 de mayo de 2010

Cuando la vi, me hice el que no la había visto, pensando en cómo la recibiría. Hacía mucho tiempo que habíamos dejado esa práctica y la necesidad de alejarse uno del otro se volvió incluso obsesiva. Nos lastimábamos mucho cada vez que nos encontrábamos en ese grato parque, hacíamos el amor y luego de los orgasmos discutíamos, volvíamos a hacer el amor y luego del segundo coito nos golpeábamos, aunque más exacto sería decir que ella me golpeaba y yo evitaba o amortiguaba sus golpes, acto en el que podía interpretarse como golpes también porque en el momento, por ejemplo, de evitar una cachetada paraba su mano con un derechazo que la terminaban dejando con hematomas escandalosos. Pero siempre quedábamos en volvernos a encontrar, como una necesidad sadomasoquista que le urge a cualquier persona en ciertas ocasiones.

Mi vida por otro lado era muy estable. Iba a la universidad, hablaba con algunos conocidos, me sumergía en la biblioteca y hacía mis labores académicas sin perturbar a nadie. Se podría decir que si la sacaba a ella, mi vida era normalidad pura, simpleza de la rutina. Pero un día la vi en el parque leyendo una novela de Georges Perec y la atención que le puse al libro fue abismalmente superior a la atención que le puse a ella. La verdad es que esa vez a ella no le puse nada de atención, solo me quedé embobado con el libro de Perec, libro que se me había vuelto imposible de conseguir a pesar de mi peregrinación a todas las librerías de la ciudad. El libro en cuestión es La vida, instrucciones de uso, que tanto quería leer pues Perec ya me había maravillado con dos novelas: Tentativa de agotar un lugar parisino y Las cosas.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El encuentro se dio casi de improviso. Le dije que quizá iba y ella me dijo que quizá nos encontrábamos por ahí, pero nunca dijimos o aseguramos que iríamos. No sé por qué fui yo, si en realidad dije que quizá iba más por zafarme del compromiso hablar con ella por el teléfono que por otra cosa, y estoy seguro que a ella le pasó lo mismo. De pronto me vi alistándome y partiendo hacia allá, aunque no pensando, claro está, en que la vería, al contrario, no quería verla pero igual me vi yendo hacia allá. Cuando llegué solo me senté en un lugar cualquiera y empecé a observar a la gente. Había un niño obeso que le lloraba a su madre, o a la que de seguro era su madre (bien pudo ser una tía o una niñera) y ésta le repetía con fastidio que no, no insistas. También vi a un hombre con un bigotito hitleriano que observaba la misma escena aunque bastante incómodo porque el llanto del niño obeso afectaba su concentración para leer el diario. Después de un rato el niño calló y el hombre del bigotito intercalaba su mirada entre el periódico y mi figura, quizá preguntándose por qué ese infeliz lo miraba de esa manera. Estuve mirando así a mucha gente y ni siquiera pensaba ni esperaba que ella llegara. Por eso cuando la vi acercarse a mí casi me tomó por sorpresa. No una sorpresa de esa que hasta te pueden hacer caer las lágrimas o alegrarte en exceso, fue una sorpresa moderada, acompañada por una ligera sonrisa.

viernes, 30 de abril de 2010

adiós Luna (la pena de Rabito)

Luna estaba un poco loca. No, loca no, quizá exagero, pero sí me resultaba violenta. A veces se me acercaba y le gustaba asustarme, aparecía de la nada y brincaba sobre mí y decía “ahora no la cuentas rabito”, y me cogía duro del cuello y me babeaba todo. Ella decía que me hacía gritar, pero a veces le daba por decir mentiras, decía que yo gritaba como una perrita, pero era falso, al contrario, le pedía, le imploraba, que siguiera con su boca jugueteando con mi cuello, creo que a veces incluso me excitaba.

La cuestión es que la extraño y mucho. De pronto, luego de que pasaran cosas entre nosotros, ella engordó desproporcionadamente y a mí se me dio por quererla más. Pero a ella no le gustaba eso y se trepaba con furia de mi cuello. “Ahora no la cuentas Rabito”, volvía a gritar. La quería porque sabía lo que era, sabía lo que le pasaba, sabía a quienes llevaba en su vientre. Pero ella a veces era un poco ingenua y pensaba que solo estaba comiendo de más, ya verás cuando haga dieta, me decía, ya verán esas perras a quién le dicen la ballena, se excitaba y me volvía a coger del cuello. Estaba agradecida, sí, empezó a querer a Francisco, un poco a Juan y no tanto a mi mamá, pero le gustaba la vida acá.

La extraño y mucho, ¿Por qué?, porque un día Juan le puso la correa y dispuso a pasearla, pero ella había engordado tanto que apenas y la correa cerraba. Yo también fui con ellos y mientras soltaba un poco de mi olor en la puerta de la casa de Oso, un perro que no me cae nada, escuché ese sonido que nunca más se alejará de mi vida, un sonido que lo tendré siempre presente en mi mente como zahir: el motor de ese carro negro azulado. “Ya te atrapo, ya te atrapo”, fue lo último que escuché de ella y la voz de Juan que gritó “Luna” y cuando volteé a ver qué había ocurrido lo vi a él con la correa en la mano y a Luna recostada en el asfalto respirando con dificultad. Juan se acercó, yo me acerqué pero no tanto, no podía siquiera verla, vi que me miró, quiso decirme algo, solo le salió una lágrima y un quejido y dejó de respirar. Yo empecé a llorar, Juan empezó a llorar, la cargo y la llevamos al hospital. Un pastor alemán nos vio entrar y me dijo, lo siento hermano, ya está fría.

No sé si pueda recuperarme de esto, porque a decir verdad, y aunque me avergüence un poco mencionarlo, Luna fue la primera que pasó por mi vida, la primera con quien pude experimentar no solo el placer, también el afecto. Hace días que mi cuello dejó de estar irritado, labrado, y eso me apena porque es una señal más de la ausencia de Luna en mis días.

lunes, 26 de abril de 2010

Ahora hay fragilidad, ¿Dónde estás?

A veces pienso
que pensar en ti no sirve.
Me desgarra la vida
me hunde en la melancolía.
A veces creo
que sería mejor matarte,
acabar con tu dominio
y declararme independiente.
No es difícil,
porque somos gusanos,
con un simple pisotón basta,
pero quizá me gusta esto.
Quizá me gusta
que me digas tonto
y te burles de mi ignorancia;
Quizá me resigno
a perderte cada cierto tiempo,
mientras fornicas con tus amantes
y les entregas tu aliento que es también mi aliento,
porque te prefiero compartida que alejada de mi vida.
Nadie me entiende
y de verdad es complicado;
lo único que sé
es que no pensar en ti
no sentirte a veces a mi lado
no pertenecer a tu mundo
es matar al arte
porque si te vas
la inspiración para hacer las cosas
moriría y yo quedaría
como un ser suplicante
de eutanasia.

domingo, 18 de abril de 2010

La gesta del encuentro

Vuelvo a pensar en ella, en su rostro, en sus senos, en sus nalgas, en su sexo y mientras la violo en mi mente miro el celular con desesperación pero al final decido no llamarla.

Llamo a Fredy y empezamos a urdir el plan, ir seis o siete en el carro del papá de Luchín, tocar la puerta caballerosamente y cuando la abran le sacamos la mierda a todos y libramos a Jordan del encierro al que ha sido sometido.

Es posible que terminemos heridos y presos y en casa nos volverán a sacar la mierda pero tenemos que intentarlo. Fredy no conoce a Jordan, ni Luchín, ni Carlos, pero están dispuestos a hacerlo a modo de solidarizarse conmigo y con mis ideas.

El problema, y esto lo pienso ahora, es el carro. Luchín casi choca el carro de su papá hace unos meses que le echamos gasolina y le hicimos carrera al grupo del Toyo. Ganamos y nuestra celebración consistió en hacer piruetas para sacarle fogonazos a las ruedas y al asfalto. Desde ahí no se lo dan y el carro que puedo conseguir está sin papeles. Ya surgirá otra idea.

¿volver?

Es difícil explicar por qué me ausenté tanto tiempo de la escritura. Tampoco es que me haya sido algo difícil de aceptar; escribir me lastimaba, hoy intento probar nuevamente un poco del azote, me hacía llorar, me frustraba, me recordaba (me recuerda) lo ignorante y medicre que soy.
pero quizá no por eso dejé de escribir, esos estados de desesperación son necesarios para cualquier menester,creo que necesitaba un ligero cambio en mi rutina, no un cambio permanente, pero sí algo que renueve las ganas.
Me entregué más a la pintura (que me es otro suplicio) y a la gente. Dejé por un tiempo los libro y la escritura por conocer a más a más gente, por relacionarme con más personas, algo que había perdido y que siempre me ha costado. Y no hay en eso un gran interés, es solo que no puedo escribir si no me empiezo a llenar de observaciones, de roces, de anécdotas que aunque resulten burdas como son siento que es necesario para complementar mi locura.
¿Cuál ha sido el resultado?, creo que últimamente me he nutrido de todo ello y tengo en mi cabeza diversas historias que narrar,algunos personajes peculiares que describir, algunas anécdotas personales que se desbordaron y me sometieron a diversos enredos, una seguidilla casi interminable de noches bacanales y demás.
Página de un diario, diciembre 29:
Estracto.
Omar es un tipo que consume gente. Siempre está hablando con alguien, siempre está conociendo a alguien, siempre está reuniendo a gente de acá con gente de acullá. ¿Cómo puede ser una persona tan sociable? Su personalidad, diría, es la antípoda de mi personalidad. Nos hicimos amigos, o al menos conocidos, en Bellas Artes y desde entonces hemos compartido varios viernes de desenfreno, días en los que él terminaba hablando casi excitado con cualquier desconocido...

viernes, 2 de abril de 2010

Una vez más: alejo, ahuyento, alejo

Simplemente me sucede que así me altero y por eso es que he ido perdiendo a mucha gente, muchos conocidos que con toda la gracia del mundo tratan de acercarse a mí y yo los recibo casi con los brazos abiertos pero algo en mí, ese amago de lobo estepario, plantea un alto policiaco y ahuyento con el tiempo a quien sea. Simplemente digo cosas que no debo decir y entonces la mayoría huye porque empiezan a sentir en mí toda la vileza, toda la inmundicia, y de nuevo me postro aquí, solo, frente al ordenador y preguntándome de a de veras ¿a dónde se fueron todos?

Y ante la más mínima palabra yo tiro al piso furioso la tacita de café y las galletas y entonces ella me mira casi cohibida o asustada y al día siguiente no la encuentro más, ni siquiera la busco porque entiendo que así uno no debe reaccionar y que por más que intente recuperarla los pasos que haya dado a lo largo de toda la noche han sido suficientes como para no alcanzarla.

Vivo con eso y me repito en la cabeza que no volverá a pasar con los siguientes personajes que se aferran a la idea de salvarme, pero me falla la cordura y entonces vuelvo a comprar mil tacitas de café más para volverlo a intentar, para sentir en la frialdad de la loza una nueva oportunidad. A veces llegan y arruino todo porque el café me sabe amargo y termina en el derrotero de la ausencia de catación y no donde debería terminar que es en mi estómago compungido.

No soy malo ni perverso, aunque eso le digo a todo el mundo a modo de advertencia, es solo que mi cualidad despectiva surge en momentos que no debería surgir; surge en una velada fantástica, al lado de alguien que realmente quiero y me anima a seguir. Concluyo aquí, no doy más, ya la soga me espera. Será mi última acción de mala fe, una acción cometida también contra alguien que quiero que debería ser yo. Adiós, adiós.

sábado, 27 de marzo de 2010

Exaltación bibliofílica

En cierta ocasión V la pasa mal. V es una persona extraña, con atisbos de normalidad, pero ciertamente esos momentos desaparecen del todo en ese tiempo que la pasa mal. Adorador de cierta pintura, con cierto júbilo se consigue un libro de uno de sus pintores favoritos. La edición de dicho libro es inencontrable en la ciudad y el modo como lo adquirió es vulgar. Lo robó de la casa de un conocido. Disfrutó del libro un buen tiempo, lo suficiente como para haberlo releído en varias ocasiones.
Su crisis se gesta el día que decide tomar con unos amigos en una plaza del centro. V, emocionado, carga bajo el brazo el libro que ocasionó su desequilibrio. Tomaron regular, uno de los amigos terminó vomitando, otro recitando poemas a una perra y V besando a la misma perra. Por demás está decir que los actos acaecidos ese día fueron poco decorosos y los sometieron a la vergüenza pública; vergüenza que por otro lado poco percataron. V regresa tranquilo y casi contento a casa.
Pasaron dos días y a V le dan ganas de releer el libro otra vez. No lo encontró. Se desespera, tira todos sus libros al piso, revisa todos sus cajones, husmea entre lugares insospechados, por último se tira al piso y llora ¿por qué yo, por qué yo?, mira al cielo y escupe a sus dioses imaginarios matando e insultando uno a uno como buen deicida, rompe algunos libros, fuma con vehemencia y decide retornar los días para ubicar el momento exacto en donde pudo haber perdido el libro.
Recuerda el día que tomó con sus amigos y algo en sus ojos cambia. Fueron ellos, piensa. Sí, fueron ellos. Decide llamar a O y antes de preguntarle le increpa y le grita que por qué le hizo eso. O lo escucha, no reacciona mal, digamos que hasta lo comprende, pero llega a colmarse y decide por último mandarlo a la mierda. V vuelve a llorar e insiste, vuelve a llamar a O y le dice cosas impronunciables, lo manda al diablo, le recuerda la poca estima que le tiene. O decide colgar y dejar de hablarle ¿para siempre?. V no puede controlar su estado de ánimo, de repente todo es un infierno, discute con su enamorada, la trata mal, la hace llorar, la culpa de cosas alejadas de la relación, la empuja, intenta golpearla; pelea con su madre, la culpa de haberlo parido, sí, de haberme parido, le dice que preferiría no haber tenido madre; discute con otros amigos, todos lo mandan a la mierda. V se queda solo.
Coge las tijeras, primero se corta el pelo y su cabeza queda como un arbusto, luego se afeita las cejas y por último se hace cortes en todo el cuerpo. V no puede controlar su estado psicológico, se empieza a golpear, otros lo empiezan a golpear por andar gritando a los transeúntes que dónde está su libro. Todo su mundo se descontrola. Alguien llega a él y le dice que tiene su libro. Un hombre de blanco acompañado de otros dos hombres también de blanco, lo suben a una camioneta y se lo llevan. V se emociona y piensa en su libro, en las imágenes de su libro, en las críticas favorables que le habían hecho al pintor de su libro. V es encerrado en un manicomio.
V ahora la pasa mejor. Mira los ocasos, mira la noche, mira la mañana. Siempre está sentado mirando al horizonte. Mira más que nada los colores. Contempla la naturaleza, no habla con nadie solo con los insectos, mira a la mariposa, a la libélula, a las hormigas. Empieza a ver en las cosas los colores que utiliza el pintor de su libro. V se levanta, ya miró muchos matices y decide empezar a pintar.

jueves, 25 de marzo de 2010

Condenado

Quisiera encontrar paz, aquí o allá, en donde sea, eso es lo de menos, y estaré ahí para saciar la incomodidad.
Quisiera ser monótono y no complicarme con ideas que martillan las paredes; ser una máquina y seguir la rutina sin protestar, sin contestación de mi parte, que todo quede enmarcado sin opción al desborde.
Pero aquí estoy, siendo contestatario y mirando cómo el marco se ensancha más y las posibilidades se vuelven infinitas.
A mamá le jode esto, ¡Es fácil de arreglar!, me grita y siento sus manos estrechar las mías para que yo pueda caminar apoyado y me presta sus ojos para que yo ya no ande tropezándome con las cosas y la gente.
¿Y qué haré después madre; después de que ella se dé cuenta de que eres tramposa y me llevas cargado?
¿Qué haré entonces cuando ella te diga "Déjelo andar" y te empiece a hundir el cuchillo de la oscuridad?
Déjame ya, no te esfuerces, porque el sufrimiento no se detiene al estar uno apoyado, el sufrimiento perdura, no tiene inicio ni fin, el apocalipsis lo advirtió: hay gente con la señal del transtorno.