martes, 7 de septiembre de 2010

Luna, la perra II

Al bueno de Francisco lo conocí más tarde y él se encargó de asearme y de darme más comida. El me trataba bien y solo me acariciaba y me decía que bonita la perra y cómo se llamará y pobrecita debe estar extrañando su casa. El duro de Juan le dijo que me iba a llamar Luna y el bueno de Francisco levantó los hombros y me empezaron a llamar Luna. Al principio no les hacía caso porque no me gustaba el nombre, no tenía historia, solo salió porque era el más corto y el más fácil de pronunciar. Quizá también me hubiera gustado llamarme Perséfone, porque ahí la historia hubiera sido que me rescataron del infierno, pero Luna me dijeron y con Luna me quedé. Al perro simpático pero chiquito le decían rabito y su nombre sí tenía historia. Una vez lo escuché al duro de Juan contársela a una chica mientras le metía toda la lengua dentro de su boca y le pasaba la mano por todo su cuerpo. Ella le decía que por qué se llamaba Rabito y lo llamaba y lo acariciaba y Rabito se daba el de muy importante y Rabito véngase para acá perro bonito y él iba meneando la cola pero medio asustado y se sentaba en el regazo de ella y a mí me decía váyase perra pero yo me quedé ahí para ver qué pasaba y el duro de Juan ahí no era tan duro y le decía mi amor se llama rabito porque su papá, que en paz descanse, tenía la cola como la de un cerdo y cuando nació Rabito pensaron que también tendría igualita la cola pero que con el tiempo su cola no se enroscó pero el nombre ya estaba puesto. Entonces Rabito sí tiene historia pero mi nombre no y eso me molesta pero qué le vamos a hacer, hay que acercarse cada vez que alguien lo pronuncia. Seguí mirando qué pasaba y el duro de Juan, que ahí ya no era tan duro, le metía la lengua a la chica dentro de su boca y le quitaba todo lo que llevaba encima y cuando ya los dos estaban del mismo color, aunque esto no lo sé bien porque no distingo los colores, agarraron a Rabito y lo sacaron del cuarto y a mí me gritaron váyase perra boyera y me empujaban con el pie y cerraban la puerta. De ahí se escuchaban gritos y hasta golpes pero nunca vi lo que pasó.

Ellos tampoco me dejaban libre por las calles pero al menos me ponían una correa y me sacaban para que yo suelte mi agüita o mi masita pero afuera a mí no me daban ganas. Era mejor salir con la correa y llevarlos por donde yo quería que vivir encerrada como con mi antigua familia. Lástima que desde entonces ya no podía correr a los carros y solo los miraba y me hacían gritarles “Ya te atrapo, ya te atrapo”, pero el duro de Juan o el bueno de Francisco no me soltaban y gritaba “ya te atrapo, ya te atrapo” con la saliva que se me salía por la boca. La vida me empezó a resultar mejor que la anterior aunque la señora a veces me agarraba a coscorrones cuando no había nadie y yo bueno, que le vamos a hacer, la comida siempre es buena.
Después de un tiempo me volvió a doler fuerte ahí abajo, por donde me sale mi agüita y Rabito empezó a interesarse por mí. No me decía mamita ya te toca, pero me miraba distinto, como apenado y se me acercaba y me olía y me decía quihubo Luna y yo quihubo Rabito pero no se atrevía a más y se iba. Me tenía miedo porque yo era un poco más grande que él y más fuerte y a veces no sabía por qué me gustaba morderle fuerte en el pescuezo y lo hacía gritar y mientras se escuchaba sus ayes venía el bueno de Francisco y nos separaba y yo molesta le decía a Rabito la próxima no la cuentas y él me decía bueno Luna, creo que te pasaste esta vez.
Pero el día que me volvió a doler ahí abajo, por donde me sale mi agüita, él se me acercaba y me olía y hasta a veces me lamía y a mí me hacía sentir cositas, empecé a entender ciertas cosas pero no sabía qué era. Hasta que al tercer día que me dolía ahí abajo, por donde me sale mi agüita, Rabito se me trepó encima y yo le grité estese quieto pendejo escuálido pero sentí que un cuchillo me estaba atravesando ahí abajo y pensé que Rabito estaba armado y decidido a algo y no me di cuenta que ya no podía separarme de él. Me empezó a doler y me retorcía y los ayes salían de mí y me tiraba al piso y quería zafarme y le gritaba que mierda me has hecho Rabito, ya vas a ver pero él estaba con la cara llena de placer y no me hacía caso. El duro de Juan nos vio y lo llenó de coscorrones a Rabito y yo le pedía auxilio, me dolía mucho, pero el duro de Juan solo le daba coscorrones fuertes a Rabito y después nos sacó al patio y ahí mismito nos empezó a tirar agua. Cuando al fin pudimos despegarnos el duro de Juan correteó a Rabito y de lejos escuché los ayes y los golpes secos que le estaban dando. A mí me dolió mucho y entendí que había sido violada por el pendejo escuálido. Rabito aprovechaba la ausencia de todos y se me iba encima de nuevo y no sé por qué ya no podía morderle el pescuezo y hasta dejaba que me montara y de nuevo volvía a sentir el cuchillo ahí abajo, por donde me sale mi agüita, y empezaba con los ayes. Unos días después dejó de dolerme ahí abajo y Rabito vino, me olió y se desinteresó de mí pero me dijo que me quería. Sáquese, pendejo escuálido, le decía mostrándole los dientes y abalanzándome sobre su pescuezo. Ay, ay, ay.
Un tiempo después sentí que el peso de mi cuerpo empezaba a crecer, ya no podía ni caminar. Pensé que era hora de hacer dieta y hacer ejercicio pero no podía ni moverme. Cuando el duro de Juan me sacaba las otras perras me miraban y se reían y empezaron a decirme la ballena. Es la buena vida les respondía, pero ellas se reían. A Rabito lo veía medio preocupado y ya no quería hablarme. A veces me veía y se iba diciendo que por qué él, por qué él. Sáquese pendejo escuálido.

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