viernes, 2 de abril de 2010

Una vez más: alejo, ahuyento, alejo

Simplemente me sucede que así me altero y por eso es que he ido perdiendo a mucha gente, muchos conocidos que con toda la gracia del mundo tratan de acercarse a mí y yo los recibo casi con los brazos abiertos pero algo en mí, ese amago de lobo estepario, plantea un alto policiaco y ahuyento con el tiempo a quien sea. Simplemente digo cosas que no debo decir y entonces la mayoría huye porque empiezan a sentir en mí toda la vileza, toda la inmundicia, y de nuevo me postro aquí, solo, frente al ordenador y preguntándome de a de veras ¿a dónde se fueron todos?

Y ante la más mínima palabra yo tiro al piso furioso la tacita de café y las galletas y entonces ella me mira casi cohibida o asustada y al día siguiente no la encuentro más, ni siquiera la busco porque entiendo que así uno no debe reaccionar y que por más que intente recuperarla los pasos que haya dado a lo largo de toda la noche han sido suficientes como para no alcanzarla.

Vivo con eso y me repito en la cabeza que no volverá a pasar con los siguientes personajes que se aferran a la idea de salvarme, pero me falla la cordura y entonces vuelvo a comprar mil tacitas de café más para volverlo a intentar, para sentir en la frialdad de la loza una nueva oportunidad. A veces llegan y arruino todo porque el café me sabe amargo y termina en el derrotero de la ausencia de catación y no donde debería terminar que es en mi estómago compungido.

No soy malo ni perverso, aunque eso le digo a todo el mundo a modo de advertencia, es solo que mi cualidad despectiva surge en momentos que no debería surgir; surge en una velada fantástica, al lado de alguien que realmente quiero y me anima a seguir. Concluyo aquí, no doy más, ya la soga me espera. Será mi última acción de mala fe, una acción cometida también contra alguien que quiero que debería ser yo. Adiós, adiós.

1 comentario:

  1. ...podría servirte café cuando quieras...
    ...pero podría evaporarme mientras se enfría...

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