martes, 20 de julio de 2010

Pinturas de manicomio

Apenas había dormido tres horas y ni bien salió de la cama continuó, como una máquina programada para ello, con su trabajo. Llevaba meses sin bañarse y semanas sin salir de su departamento. Quería terminar la serie de criaturas muertas que revolucionaría el arte, esto lo dice o lo piensa él. La habitación empezaba a apestar pero eso no lo incomodaba, su nariz ya estaba familiarizada con la pestilencia que emanaba de su modelo: un pescado muerto colgado de un clavo en la pared. Ya había logrado pintar a seis cadáveres entre los que destacaba un cachorro siberiano que había comprado en el centro y que ni bien llegó a su pieza ató del cuello con una soga y lo colgó del candil de la sala como a un suicida. El resto de los sacrificados fueron: una rata que, a pesar de la astucia que le otorgan todos a estos roedores, había caído tontamente en la trampa con un pedazo de carne y su ingenuidad provocó que le hicieran un corte profundo con un bisturí desde el cuello hasta los genitales y fue huésped del pintor durante una semana, semana en la que sus órganos colgaban y se desparramaban por la apertura de todo su vientre y que las demás ratas veían y olían pero desde la ventana cerrada y con ganas de querer devorar lo que quedaba de su amiga; una pierna inmensa de res que el pintor prefirió que permaneciera colgada unos días, dos o tres semanas, hasta que le empezaran a salir los gusanos para detallar el deterioro de la carne o la belleza de la putrefacción y abría las ventanas no porque el olor lo requería sino para que el cuarto se llene de moscas y estas dejen sus larvas aligerando de esta manera el proceso; un gato vagabundo que luego de dar lucha, como si fuera verdad la mención de sus nueve vidas, y enterrar sus garras en su opresor fue crucificado y atravesado con seis cuchillos, uno de ellos se hundió en su frente y le atravesó toda la cabeza y se clavó en la madera de la cruz; intentó también atrapar una paloma, pero a diferencia de las ratas, estas tenían alas y sospechaban de cualquier cosa, pero en el intento se topo con una mariposa, la mató hundiéndole un alfiler en la cabeza y empezó a trabajar, pero los resultados le molestaron, rompió el lienzo, se echó a llorar, su esquizofrenia rompió las barreras puestas por la medicina y gritó porque las mariposas eran tan bellas que pintadas muertas o vivas siempre tenían ese toque de candor y beldad que el pintor no toleraba.

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