viernes, 1 de mayo de 2009

El beso

A Shila


Qué es la vida, acaso una triste agonía en la que a veces resulta muy difícil abrir los ojos y salir de la cama al despertar por la mañana. Pues no creo que todos se sientan así, pero yo sí. Mi mente me dice no lo pienses solo escribe, pero qué escribir si hace más de un año se me fue lo que tontamente llaman inspiración. Lo acepto, era pésimo pero al menos cogía la lapicera y ponía alguna que otra cosa agradable, o movía los dedos frente al ordenador haciendo sonar los teclados al son de lo que me dictaba mi cerebro. Pero ahora siento que eso se acabó. Gocé de algún reconocimiento sí. Muy poco claro, extremadamente poco, pero me hice medianamente conocido en el círculo universitario.

Lástima que ahora ya nadie recuerde mi cuento, pero al menos pude ganar algo. Y la verdad que sí. Casi nunca en mi vida las chicas se interesaron por mí. Digamos, no soy guapo y que una que otra chica se interese por ti pues se siente bien. Definitivamente fue por el cuento, porque muchas chicas me miraron distinto, como con cierta ternura o admiración, eso no lo sé, pero sí sé que me miraron distinto. Una de ellas fue Shirley. No sé qué me vio. Ella con su cuerpo de modelo, su figura alargada capaz de excitar al más célibe de los hombres. Y esta chica se fue a fijar en mí, en mi cara de sapo, en mi cuerpo achatado, en mis dientes de caballo, ni siquiera de conejo que en algunos casos llegan a ser atractivos, sino de caballo. Pues tuve que aprovechar el momento, ni tonto no.

El encuentro se dio en una reunión por el cumpleaños de una muy querida amiga de ambos. Lo curioso es que yo no la abordé sino fue ella quien me abordó. Estábamos tomando, con el grupo que celebraba el cumpleaños, en un local sucio y poco decente de una zona de iguales características, llena de drogadictos, borrachines y patibularios. Varios del grupo ya llevábamos gran porcentaje de licor en la sangre y como es lógico en estos casos me dio ganas de mixionar. Me levanté, fui al baño, me paré frente al urinario, abrí mi bragueta, cogí con mis dedos índice y pulgar mi miembro flácido al borde del goteo y placenteramente dejé fluir el contenido que aguardaba por salir. ¡Ah, orinar!, tan rico como defecar pero menos asqueroso, tan rico como follar pero menos cansado, en fin. Continué con el lógico procedimiento: sacudí mi falo, lo guardé, cerré mi bragueta, me lavé las manos luego de olerme los dedos, trágica manía cacósmica que tengo, y salí.

Ahí pasó. Sí, en ese momento pasó. Ella estaba parada afuera de los servicios higiénicos con una expresión medio extraña. Me estaba esperando y deduje para qué. Quizá estaba medio ebria ya, no lo sé. La cuestión es que me agarró la cabeza y me empujó al lado oscuro, no al lado oscuro tipo Darth Vader, sino a un lugar donde había poca luz. Increíblemente yo me hice el difícil y le dije que mejor no, que somos amigos y esas cosas como para demostrar que no estaba tan urgido de besar a alguien. Hombre, pero eso lo hice muy poco, porque pues aproveché el momento.

Pegó sus labios con los míos y sentí su aliento a licor, no me desagradó porque con su aliento a licor y mi aliento a licor eso se perdió. Sentí sus labios delgados, luego nuestras lenguas jugueteaban como dos niños inocentes y se enlazaban como dos serpientes en celo, siguieron los ligeros mordiscones, luego los labios se separaron y después seguía el contacto entre los ojos, cosa casi inevitable, pero inmediatamente los labios volvían a buscarse y se encontraban y ya se conocían y volvían a juguetear pero esta vez como dos viejos amigos.

Lástima que la noche se acabó y que después de habernos ido a un cuarto poco decente y barato y haber hecho el amor por largos tramos de la noche, yo me fui y no quise saber nada más de ella. No sé por qué, quizá porque el hombre por alguna extraña razón siempre debe comportarse así, o quizá porque siempre le he huido a los compromisos. Ella me llamó muchas veces pero yo preferí evitarla. Luego de meses viajó a Bélgica sin avisar a nadie o más bien sin avisarme.

Me enteré de su partida cuando una tarde sin libros que leer, y sin saber qué más hacer, prendí el ordenador y me puse a charlar con algunos de los pocos, pero suficientes, amigos que tengo. Ella también estaba al otro lado del orbe frente a una máquina y volvimos a hablar. No mencionamos mucho el tema del beso, solo me dijo que había viajado y todo se centró en eso. Me envió una foto y luego de contemplarla de alguna manera el día se volvió violeta y no pude evitar ahogarme en la melancolía.

La despedida no fue dramática, solo consistió en un simple hasta luego. Ahora estoy mirando su foto y mi mente me dice no lo pienses solo escribe lo que pasó ese día, y ahora que veo su foto en donde posa echada en ese gras anónimo de Bélgica, con un vestido rojo que le resalta las curvas, que alguna vez me volvieron loco, y que apenas llega a taparle el trasero provocando que mi sexo se yerga, pienso y me digo que el hombre por su tonto orgullo de machista pierde grandes oportunidades que efímeramente pone enfrente la vida.